CXC

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« A dos días de la explosión finalmente han llegado al muelle dos de los barcos que salieron al rescate de lo que pudiera haber quedado disperso por agua del identificado Genuflexo-1-77-5. Pese a los esfuerzos del grupo de búsqueda, no se han encontrado sobrevivientes. Se teme que se hayan hundido junto con partes de las cabinas del avión o se encuentren inconscientes flotando en alguna parte, alejados por la fuerza de la explosión. Según informes venidos desde el palacio de Buckingham, hay seis barcos surcando en busca de algún nuevo rastro, 57 hospitales que atienden a las víctimas y 26 grupos de búsqueda por tierra que se turnan día y noche para buscar hasta siete kilómetros de distancia del aeropuerto, además de dos submarinos que también rastrean bajo agua con el mismo fin. Esperamos más noticias. »

La televisión fue apagada al presionar directamente el botón que se escondía por detrás de esta.

— Que coincidencia que pudiésemos tener un blanco tan fácilmente. Felicidades, V.

— Finalmente estás cayendo en cuenta, niño.

— Esta vez pareces más comprometido.

— Si el jefe te felicita, es casi un hecho que considerará ponerte a la cabeza del movimiento.

— ¿Qué dices? Claro que le encantaría hacerlo a él mismo, ¿no, niño?

— Ya les dije que no soy un niño.

— Sí, bueno —Neeson tomó el bastón al lado del sofá donde estaba sentado y se levantó—, después de que actuaras de una manera sospechosa, debes sentirte afortunado de seguir vivo y completo. ¿Recuerdas por qué lo estás?

— Porqué así le sirvo más. Ya le dije que no sea tan arrogante, señor Neeson. No fue mi culpa que se lastimase la cadera.

— Tú me disparaste, ¿ya lo olvidaste?

— No le disparé a usted. Sé cómo usar un arma. Disparé a su lado para que usted se dejase caer. Si no lo hacía por inercia lo tendría que hacer de todas maneras cuando le volviera a disparar, pero no puede reclamarme si sólo, literalmente, se dejó caer y no vio siquiera dónde lo haría.

— Tú me llevaste hasta ahí.

— También por su torpeza. Le dije que esperaran a que regresaran los reyes, pero decidieron citar a los Choi y gracias a eso se movilizó la policía. El plan era sacar al niño mientras buscaban a la abuela, no cambiar a uno por el otro en un trueque que le costaría dar la cara. —Neeson le dio un tirón en el cabello haciéndolo arrodillarse.

— Mira lo que me hiciste, niño. Me rompí la cadera y casi me mutilaron, estúpido.

— ¡Sigue siendo por su culpa! ¡Suélteme!

— Si no me sirvieras aún, te habría cortado ambas piernas y echado al mar, como a ese tipo con el que nos cubrimos tanto tú como yo.

— ¡Pero le sirvo, igual que usted a mí! —Se hizo para atrás soltándose de la mano del otro. — ¡No es más que un negocio! ¡Le salvé la vida a cambio de que me ayude, eso es todo! ¡Si usted se fracturó la cadera, la pelvis o lo que sea, no fue mi problema! ¡Le dije antes que saltara!

— Mira, niño…

— ¡También tuve problemas! ¡Me interrogaron! ¿Tiene idea del tiempo que me detuvieron! ¡Pude ir a prisión si descubrían que mentía!

— Ese no es mi problema.

— Y el suyo tampoco es mío. Cobre la recompensa por esa anciana, le pagué un doctor y un tratamiento, le di un techo nuevo. ¿Qué esperaba! ¡No soy su mamá y ninguno de esos gastos me corresponde! ¡Cumpla su parte del negocio y se acabarán sus problemas conmigo! —Neeson alzó una ceja y sonrió de lado.

Cien millones de razones para amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora