LXXV

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[Julio]

— Ahg, creo que voy a vomitar. —Dijo Ren llevándose una mano a la frente.

— Majestad, ¿está seguro de que quiere que continuemos?

— Sí. Sólo denme un minuto.

— Debería descansar, majestad.

— No, Nina. De verdad estoy bien. Quiero ayudar a Minhyun, él ya tiene suficiente con la investigación, y el desfile es mañana. Puedo hacerlo. —Miró nuevamente a los sirvientes frente a él y analizó los distintos diseños de invitaciones. — Este. —Señaló uno y los sirvientes asintieron. — Envíenlas a los nobles tan rápido como sea posible.

— Sí, majestad. —Hicieron una venia y se retiraron.

— Majestad, —Llamó Nina de nuevo y él la miró. — debería ir a dormir, casi es media noche y el rey Minhyun dijo que no quiere que se desvele.

— Quería esperarlo hasta que llegue, pero supongo que, debo irme a la cama. ¿Qué tanto tiempo tarda una de esas reuniones con el cuerpo policíaco? —Dijo cuando comenzaron a caminar.

— Emm, no sabría decirle con certeza, majestad.

— Entiendo.
Nina, le quiero pedir un favor.

— Sí, dígame.

— ¿Puede ir a ver cómo se encuentra el duque?
Minhyun no quiere que yo vaya, y... eso me preocupa, no quiero pensar que está muy mal. El desfile debe ser impecable y al final nos reuniremos con los nobles para ver los fuegos artificiales, y si Dong Min no puede estar ahí, no hay problema, pero quiero estar seguro, si se presenta asumiré que se siente mejor y si no es así me sentiré muy mal.

— Por supuesto, majestad.

— Gracias, Nina, pero no vaya ahora, ya es muy tarde.

— Majestad, el desfile comienza a las 8 de la mañana.

— Precisamente, y no nos reuniremos con los nobles hasta las nueve o diez de la noche. Es tiempo suficiente. Además, no quiero quedarme solito en este gran palacio... da un poco de miedo, ¿no cree? —Nina sonrió con ternura dejando ver un par de arrugas a los lados de sus labios.

— Está bien, majestad, iré mañana.

— Gracias, Nina. Ahora... ¿me acompaña a mi habitación?

— Y me quedaré con usted hasta que se duerma. —Ren le sonrió y ambos se dispusieron a subir las escaleras, pero apenas después de tres escalones escucharon un auto acercándose y las trompetas sonar.

— Debe ser Minhyun. —Se emocionó y volvió a bajar los escalones y a caminar tan rápido como su embarazo se lo permitía. Nina lo siguió y lo vio detenerse en seco a unos metros de la puerta.

— El príncipe Carlos VIII y su hermana, Diana, "La Rosa española". —Anunció un hombre desde la entrada del palacio.

— Nina, ¿esperábamos visitas? —Se extrañó de inmediato Ren.

— No que yo recuerde, pero si los príncipes de España están aquí debe haber un motivo.

— ¿España? ¿príncipes? ¿Son dos?

— Sí. —Ren, confundido, miró nuevamente a la puerta ya abierta por el mayordomo y observó a un hombre, castaño, con su barba bien cuidada que lo delataba de más o menos 32 o 35 años, con una elegante porte, luciendo su traje rojo con  dorado, zapatos negros bien boleados y guantes blancos. Detrás de él, una dama vestida de color beige, llevaba el cabello, igualmente castaño, recogido en un moño en la nuca y un sombrerito con una gran rosa del lado derecho, también usaba guantes blancos y zapatos negros y, por su maquillaje, se le notaban unos 29 o 30 años.

Cien millones de razones para amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora