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— Sean cautelosos al entrar. No sabemos cuántos guardias haya en realidad.

— Dokyeom, ¿qué hacemos si son más que nosotros?

— Céntrense en ser cautelosos y asesinar a los reyes.

— Neeson dijo que sólo a Minhyun.

— "Neeson no está aquí ahora." Asesinen a Minhyun entonces y veremos cómo nos las arreglamos para sacar al otro y llevarlo con Neeson.

— Dokyeom, ¿sabes por qué el jefe quiere que le llevemos al tal Minki?

— Quien sabe. —Respondió el moreno y esa sonrisa burlona se dibujó en sus labios. — Tal vez sólo quiere diversión. —Miró a los otros con ironía. — Debe estar alucinado con poseer a ese niño.

— ¿El jefe es...

— Yo qué sé. —Volvió a reponer Dokyeom. — Concéntrense en la misión. —Regañó y detuvo el auto en el que viajaban. — Llegamos. —Sonrió más amplia y malévolamente.
Las dos puertas delanteras de la camioneta se abrieron y Dokyeom descendió junto a otro hombre, un poco mayor, de unos 36 años, cabello rubio y casi rapado, bastante corpulento y con varios tatuajes en sus descubiertos y bien trabajados brazos; vestía una camiseta y pantalones negros, zapatillas deportivas y lentes oscuros, delatándose como un maleante a diferencia de Dokyeom, que vestía una camisa blanca, jeans azules, converse negros y llevaba un arma en su cinturón cubierto por su gabardina. Ambos caminaron hasta la parte trasera de la fiable Chevy Van y abrieron ambas puertas para que los demás maleantes también salieran.
Ya con armas listas y los rostros cubiertos, caminaron los últimos metros hasta el muro del palacio. A primera vista todos pudieron deducir que no serían detenidos por los guardias, ya que no había ninguno en la entrada de la propiedad. Se filtraron con sigilo y avanzaron por el jardín hasta una de las ventanas de la casa; no les hubiese extrañado que todas las luces estuviesen apagadas, pero, para su sorpresa, al menos dos habitaciones, el pasillo y la sala las tenían encendidas.

— ¿Están despiertos? —Murmuró uno. Dokyeom abrió la ventana sin complicación mientras respondía:

— La estrategia es la misma: revisen la casa hasta dar con ese par. Sean sigilosos y procuren ser silenciosos, no olviden que fueron ellos quienes atraparon a muchos otros, así que si quieren salir de este lugar deben hacer bien las cosas. —Las miradas de los demás delataron la rivalidad que tenían hacia el único asiático del equipo.
— Andando. —Burló con cinismo y entraron por la misma ventana. Se agacharon apenas estuvieron en el interior. Era la cocina. Para su suerte, está tenia la luz apagada, y no se escuchaba un sólo ruido. Entre la penumbra y con pasos lentos para no tropezar, avanzaron hasta la puerta y se asomaron apenas un poco, verificando que no hubiese nadie alrededor que pudiera interferir en sus planes, y así fue; no había una sola alma en todo el rededor, lo cual los confundió siendo que las luces estaban encendidas en la habitación continua.
— No hay cambios. —Dijo Dokyeom. — Avancen. —Ordenó y se separaron por los pasillos de la casa comenzando a registrarla hasta el más recóndito espacio...

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La mansión Hwang en Londres estaba más tranquila que de costumbre, usualmente habría personas paseándose aún por los pasillos con enormes telas, estandartes dorados y plateados, yendo donde los duques para preguntar por el que les pareciera mejor, o los chefs llevarían menús con el mismo fin, pero no, no en esta ocasión, ya que los duques tenían mucho en qué pensar cómo para poder siquiera distraerse con los preparativos para el desfile de los soldados, y con la noticia que habían recibido un momento atrás sobre el repentino viaje que su hijo y yerno harían por el nacimiento del hijo de Raina y Baekho, tenían aún más en qué pensar. Habían mandado a los sirvientes a dormir y decidido hacerse cargo de los preparativos en cuanto terminaran de resolver los conflictos y revuelos que se causaban porque Croked seguían prófugos y sin rastro que la policía pudiera seguir. Aunque los medios favorecían la investigación y la tranquilidad de la población diciendo que no había de qué preocuparse porque era grande la probabilidad de que Croked estuvieran fuera del juego; siendo insuficiente para los duques esa ligera sospecha, pero favorecedora para mantener al país sosegado.

Dong Min cerró la carpeta que sostenía en las manos y la metió en el primer cajón de la cajonera detrás suyo, después volvió su mirada al escritorio, que estaba repleto de papeles y continuó hojeándolos. La puerta de la oficina se abrió y Sun Hee entró llevando en sus manos otra carpeta que mantuvo cerrada aún cuando la dejo sobre el escritorio y se dirigió a su esposo:

— La alarma del palacio de Gatcombe se activó. —Dijo consiguiendo que el hombre la mirara. — Envíe ya a los oficiales a revisar.

— Termina estos documentos.

— ¿Eh? —. Dong Min se puso de pie. — ¿Qué vas a hacer?

— Sun Hee, sabías que debías avisarme en cuanto la alarma se activó.

— Ya envié a los oficiales, no pretenderás ir, ¿o sí?

— Es mi trabajo. —Tomó su gabardina y volviendo a dirigirse a su esposa le dijo: — Encárgate de terminar el papeleo. ¿Hay alguna sospecha de quién es o son los intrusos?

— La alarma se activó, aún no hay datos sobre la razón, pero es obvio que es un peligro.

— Bien, mantente atenta.

— ¿No están los guardias y los policías para atender estos asuntos?

— Sun Hee, somos duques, y ellos son nuestros reyes y más importante aún, nuestra familia.

— Eso lo entiendo. Me preocupa tanto como a ti, pero no somos detectives...

— Sun Hee, Minhyun está a la cabeza de todas las fuerzas militares y yo estoy a cargo de las policíacas y de investigación, es mi deber. —Se acomodó el cuelo de la camisa y se dirigió a la puerta. — Sabes que nuestro puesto como duques significa más que nombres que la familia real deba memorizar.

— Aún así, no creo que debieras ir, —Suspiró. — pero tienes razón.

— Te estaré informando. Si no hemos vuelto antes de las 2 de la mañana envía al siguiente equipo. —Fue todo lo que dijo y cruzó la puerta rumbo a la salida de la mansión.

Se reunió momentos más tarde con un equipo de policías que lo esperaba fuera de la estación.
Una moneda fue lanzada al aire en el momento en que cerraron las puertas de la camioneta y se pusieron en marcha al palacio de Gatcombe.

El camino pareció eterno para Dong Min; sabiendo que su hijo y su yerno podrían aún estar en la casa no podía estar tranquilo. Se mantuvo serio y callado durante todo el trayecto hasta que por fin, a lo lejos, comenzaron a divisar el palacio.

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La puerta de la oficina principal del palacio se abrió dando paso a los seis crimínales que inmediatamente se dirigieron al único tras el escritorio que, sin sorprenderse, continuó buscando entre papeles y archivos sobre el mueble.

— Dokyeom, —Llamó molesto uno. — no hay nadie aquí. —El asiático lo miró con ironía bufó.

— ¿De verdad? No me había dado cuenta. —Respondió. Tomó el radio de su cinturón y habló: — Neeson, no hay nadie en la casa, pero encontré indicios de que estuvieron aquí.

— ¿Hay rastros de a dónde se fueron?

— Estoy revisando los documentos qué hay aquí, pero no es nada que te pueda servir.

— ¿Qué significa eso, Dokyeom!
¡Creí haberte dicho que quiero buenos resultados!

— Cálmate, Neeson...

— Por lo que puedo ver —Habló otro de los presentes tras quitarle el radio a Dokyeom. — realmente han estado aquí y no hace mucho que se fueron. Incluso dejaron las luces encendidas.

— ¡Eso no me sirve!
¡Son todos un montón de inútiles!

— Pero, señor, —Intervino un tercero, enojado. —no es nuestra culpa que ellos no estén.

— Es verdad. —Reclamó uno más. — Seguimos tu plan, ¿qué íbamos a saber que al par de maricones les gusta dejar las luces encendidas cuando salen! —Dokyeom alzó la cabeza cayendo en cuenta de lo que acababa de suceder, lo que significaba toda esa confusión.

...

Cien millones de razones para amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora