CXLIV

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Tras terminar el ensayo y resolver unos cuantos detalles más, los niños estaban jugando en la arena con sus pequeñas palitas y cubetas, sentados tranquilamente frente a los adultos que no dejaban de lado su charla.

(Japonés)
— A ver, a ver, explíquenme eso otra vez. —Habló Jeonghan. — O sea que este sujeto...

— Se llama Jimin, Cheonsa.

— Sí, él. Vino con ustedes junto a todo su escuadrón porque Minhyun estuvo en el hospital.

— No es algo tan simple, Cheonsa.

— Mi vida...

— No hubiese estado ahí si no fuera por el disparo que recibió.

— Sí, sí, pero ya está bien, ¿no? ¿Por qué aún andan estos sujetos detrás de ustedes?

— Está bien, Hannie. —Intervino Lizzy. — Lorenzo y yo estamos halagados de tenerlos aquí, y tendremos una fiesta enorme, así que sus... guardias, son bienvenidos también.

— Gracias, oneichan.

— Entonces, —Habló el italiano. — ¿cómo pasó lo del disparo? Es que no me queda claro.

— La verdad no estamos seguros. —Explicó Minhyun. — Precisamente es una de las razones por las que el equipo sigue cuidándonos de cerca.

— Pero, ¿alguien los seguía o quizá un asaltante?

— Un asalto no fue, y la razón aún no la sabemos.

— El líder Park está guiando una investigación, pero los datos aún no son claros.

— Principalmente porque es probable que no se trate de criminales coreanos. Él cree que pudieron venir desde Inglaterra.

— ¿Por qué?

— Porque en Inglaterra aún hay alguien que trataría de hacernos daño. Por inteligencia, allá, no se atrevería ya que le costaría su vida.

— Y ya que en Corea somos sólo ciudadanos comunes, correrían menos riesgo. —Inquirió Ren recostándose en la silla y mirando a los niños. — Vaya insistencia la que tiene. —Murmuró con disgusto.

— Entonces saben quién fue.

— Tenemos una sospecha, mamá.

— ¿Y por qué no han tomado cartas?

— No se puede, Jeonghan. No hay rastros que nos guíen hasta donde está.

(Coreano)
— ¿Sabes, Minhyun? Creo que tiene ventaja por todo lo que sabe de la corte y su manera de trabajar. —Volvió a decir Ren cubriendo su rostro con sus manos. — Santo cielo. —Suspiró con un poco se desesperación.

— Mi vida, —Le tomó la mano y le dejó un beso en los nudillos. — no tienes de que preocuparte. Sabes que en cualquier parte del mundo, y como sea, yo voy a cuidarte. —Ren le sonrió.

(Japonés)
— ¿Esas cosas les pasan seguido? —Ambos miraron al italiano y luego se miraron uno al otro.

— Creo que desde que nos casamos, esa persona, no ha parado de hacer lo posible por lastimarnos. Física, visual, verbal y hasta psicológicamente.

— No es posible.

— Minhyun, te exijo que sigas protegiendo a mi pequeño loto, y a su retoño también; no queremos que alguno de los tres resulte mayormente herido.

— No tienes que preocuparte, papá Choi; eso sólo sería sobre mi cadáver. —Dejó otro beso en los nudillos de su esposo, que le respondió con una sonrisa, para después volver a hablar.

Cien millones de razones para amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora