Capítulo 156: La Pureza

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Pov 3ª Persona

La principal representante del equipo de Izanagi, Kaede Kocho, veía todo desde encima del pico de una montaña a lo lejos, lo que representaba su gran descontento de los enemigos. Enseguida saltó hasta aterrizar en una superficie rocosa pero a la vez decorada por una fina hierba, en la que dicha cazadora estaba reunida con sus cuatro hermanas, mientras que el otro grupo de delanteros se había adelantado para inspeccionar el lugar, aunque por decisión de las tres semidiosas más fuertes decidieron cada una tomar un camino distinto dentro de la fortaleza. En teoría se había decidido que como una medida defensiva se formarían dos equipos, y así ellas quedaron solas en aquel terreno fuera de la vista de los enemigos, pero que estaban frente a frente con la guarida de Izanami.

--Será mejor que entremos, no nos podemos quedar aquí más tiempo, debemos estar prevenidas ante cualquier peligro.--Aconsejaba Hanae al punto en el que miraba la fortaleza que estaba en su camino, para así acercarse y empujar con sus manos la puerta que conducía al hogar de la deidad.

Frente a ellas estaba un gran palacio de un tamaño colosal con toques de luz negra, cuyas ventanas iluminaban la gran fortaleza y daba un sentimiento de terror a todo aquel que entrase en contacto con la guarida. Bien se podía decir que no había ningún guardia que protegiera la entrada, lo que facilitó el entrar a dicho castillo, aunque no era como esperaban. Por dentro era una gran sala amplia iluminada con una alfombra roja llena de estrellas negras, pero lo que dejaba mucho que desear era la cantidad de numerosos pasadizos, caminos a los que una sola persona no podría ser conducida, y que por tanto sólo había una medida que se podría tomar.

--Supongo que Kyoko y las demás deben de haber ido por algunos de los caminos que se encuentran aquí, entonces lo más fundamental sería que nos dividamos como lo han hecho ellos. Kanao y yo iremos por el del centro, Hanae irá por la izquierda y Kaede por la derecha, los demás pasadizos fueron ocupados por nuestros aliados, así pues mucha suerte.--Recomendaba la pilar de la flor con su típica sonrisa amable, para así después de que cada una asistiera con decisión propia fueran por el lugar designado que les había tocado.

--Bueno, veremos que ocurre por aquí, por ahora no veo nada en este lugar.--Comentaba la pelinegra Kaede un poco aburrida corriendo por el pasillo que se le había designado, donde a su alrededor se encontraban diversos cuadros y el suelo era puramente de mármol, pero todo era el mismo paso. Cada vez aumentaba la velocidad aproximándose a su destino, pues se le notaba que tenía bastante prisa en acabar la guerra de una vez por todas, quedando enterada de las muertes provocadas a los cazadores y con una expresión algo cabizbaja.

De pronto ante la cazadora una puerta automática se abrió similar a una habitación oculta, por lo que al entrar notaba una especie de habitación espaciosa con un techo luminoso, en el que el suelo estaba rodeado de dicho resplandor similar a un brillo radiante. Sin embargo lo que más confundía a Kaede era la profunda tranquilidad que se respiraba ya que aparecía una pequeña brisa que le transmitía calma, lo que le daba a pensar si se trataba del nuevo poder de la diosa omnipotente.
--¿Dónde estoy? Esto...es raro,..--Kaede no podía distinguir en dónde se encontraba, aunque también se sentía en calma en dicho lugar. Cerró los ojos pensando en la posibilidad de quedarse durante un rato y así luego proseguir la misión, era tan relajante ubicarse allí que no le importaría descansar durante unos momentos, o eso esperaba.

--¿Es raro? Bueno, no a todos les gusta mi habitación, pero bienvenida a mi hogar. ¿Tú no eres a la que llaman Kaede, la que se supone que tengo que matar? Eres bonita, me agradas, es una lástima que seamos enemigas, y por cierto soy Gabriel.--Decía una voz femenina en medio de todo el lugar, que se dio a revelar al frente de la pelinegra cuando abrió los ojos con sorpresa. Aquella mujer tenía un cabello rubio intenso y ondulado con unos lazos que ayudaban a sujetar su cabello, sus ojos eran celestes pero irradiaban un pequeño brillo en ellos como la mismísima pureza, y para terminar un gran vestido blanco terminaba de adosar su esbelta imagen.

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