Capítulo 119: Una noche más

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Es tarde, pero nadie me obliga a entrar a Locolandia, puedo estar en el patio sin problema. El quiosco solo me permite ver las paredes del hospital, la luna no está. Sonrío y cierro los ojos para disfrutar el aire que sopla sobre mi rostro.

Hola —escucho la voz de Ethan.

Abro los ojos y lo veo frente a mí, apoyado en el umbral de la entrada del quiosco. Aun en la oscuridad puedo ver que sonríe.

—Hola.

Ya es tarde para estar fuera del pabellón, ¿no?

—No tanto.

Bueno, te haré compañía, como de costumbre —dice entrando al quiosco.

—Sí, aunque antes hacía tarea, ahora solo paso el rato sin hacer nada —se sienta a mi lado.

Interesante, desde aquí no se ve la luna.

—Por eso es un gran lugar —ambos sonreímos—. Sé que no eres real, pero he estado reflexionando acerca de nuestras conversaciones y recordé que una vez me dijiste algo sobre que la persona que tiene la obligación biológica de amarte no lo hace —él asiente con la cabeza—. ¿A quién te referías?

Lo veo dudar.

No sabe que contestar —me dice Uno.

Seguramente mienta —me advierte Ocho.

No creo que eso cause problemas —asiente con la cabeza y sonríe—. Me mudé porque mi mamá empezó a tratarme diferente después de que me diagnosticaron trastorno de personalidad antisocial, me trataba mal, como si fuera un monstruo —su sonrisa desaparece, así que pongo mi mano sobre la suya y la acaricio—. En mi vecindario empezaron a pasar cosas raras, había animales que aparecían muertos de formas horrorosas —hace una mueca de desagrado—. Mi madre asumió que había sido yo, sin preguntarme nada, así que empezó a permitir que su novio me usara como saco de boxeo. En una ocasión, el vecino de enfrente, un niño de siete años, desapareció. Mi madre me acusó de haberle hecho algo y uno pensaría que me entregaría a la policía, pero no, ella quería hacer justicia con su propia mano —Ethan baja la mirada a nuestras manos—. Su novio invitó a unos amigos, se embriagaron y luego fueron a mi habitación por la noche...

¡Rayos! —dice Uno.

Ethan no sigue hablando, no sé que pasa por su mente, pero sé que no le gusta. Me acerco y lo abrazo, acariciando su cabello para intentar reconfortarlo. Él me sostiene fuerte contra él, está en el punto en el que si aplica más fuerza me lastima. Siento que solloza y sigo abrazándolo. Sabía que estaba roto, pero no hasta que punto. Me suelta y seca sus lágrimas.

Estaba mal, muy mal. Por suerte, mi abuela empezó a preocuparse por mí porque siempre iba a visitarla después de la escuela. Entonces fue a mi casa y se dio cuenta de lo que me estaban haciendo porque, sí, eso se prolongo por varios días. Mi abuela me sacó de la casa y denunció a mi madre y su novio, al investigarlo descubrieron que era un total pervertido y que él había sido quien había secuestrado y asesinado al vecino. Mi madre está en la cárcel desde entonces.

Mientras contaba la historia, algunas lágrimas escurrían por sus mejillas, pero las secaba rápidamente, como si le diera vergüenza llorar.

Un día fui a verla, antes de que entregaran los resultados de los exámenes del primer parcial, cuando estabas ansiosa y preocupada. Ella me dijo que estaba tan dañado como ella y que pronto le haría daño a alguien, me dijo que no amara a nadie porque terminaría destruyendo a esa persona —me mira con tristeza—. Creo que tiene razón.

—Tu madre es como Rojo y Negro y ellos dan mucho asco —digo tomando su mano—. Sé que no soy la persona indicada para decirlo, pero, ¡a la mierda la genética! —se ríe—. Eso no define nuestras vidas ni quienes seremos. Si fuera así, estaría condenada a vivir inmersa en mi locura y tú a lastimar a quienes amas, pero las cosas no son así.

Definitivamente no eres la persona adecuada.

—Lo sé —sonrío—. Aunque, si eres la locura en la que viviré inmersa, entonces acepto mi destino.

Ethan acaricia mi mejilla y sonríe.

Es imposible no quererte —se acerca y me da un beso en la frente.

El club de los trastornadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora