Capítulo 2: Hay secretos que se deben guardar

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Se quedaron callados, eso es malo.

Ahora saben nuestro secreto, nos matarán.

Nos temen, creo que me gusta que lo hagan.

Mátalos a todos.

Uno, Ocho, Rojo y Negro hablaron en ese orden. Parpadeo varias veces, no puedo creer que les haya confesado lo que tengo. Volteo a ver a mi maestra, ella me está sonriendo con cordialidad, pero veo miedo en sus ojos. Me he vuelto experta en reconocer el miedo en las personas, he vivido rodeada de gente que me teme y no los culpo.

—No soy agresiva, la mayoría de personas con esquizofrenia no lo son —digo viéndola, ella asiente lentamente. Pero el daño ya está hecho, creo que no debí decir nada.

¡Te lo dije!

Veo a un chico levantar la mano, dudo antes de señalarlo. Él me sonríe amablemente, no parece estar asustado.

—¿Ves algo en este momento?

Su pregunta me paraliza, volteo hacia todos lados en busca de algo que no parezca real. Niego con la cabeza al notar todo en orden. Paso la mirada por todos mis compañeros, hay una mezcla de miedo y confusión, hasta Hannah parece impresionada y eso que ella no debe ser fácil de impresionar. Trago saliva, no creo que deba seguir hablando.

¡No digas más!

—Estoy medicada, lo que controla mis delirios y alucinaciones. Solo de vez en cuando escucho algunas voces, pero es normal. Bueno, normal para alguien con esquizofrenia —digo sin saber cuándo parar.

—¿Y escuchas algo ahora? —me vuelve a preguntar el chico.

¡No le contestes!

—Sí.

Mi comentario hace que todos los de mi salón exhalen con una combinación de miedo y sorpresa. El chico que me hizo la pregunta asiente lentamente con el ceño fruncido, no sé descifrar lo que siente, solo sé que miedo no tiene.

—Gracias, Every, por tu sinceridad. Deberías ir a hablar con la psicóloga de la escuela —sigue asustada, no debí decir nada.

—La última vez que estuve en una escuela intenté escapar de una alucinación y casi me atropellan. Nadie iba a hacer nada, porque pensaban que era normal y que sabía que estaba cruzando la calle —bajo la mirada al piso—. Nadie me ayudó y la persona del automóvil salió gravemente herida al intentar no atropellarme. Por eso decidí hablar esta vez.

Trago saliva una vez más y camino hacia la puerta sin mirar nada más, escucho a Negro decir algo horrible sobre mí y como casi mato a alguien. Salgo del salón de clases, tal vez me hagan irme o me cambien de salón. Supongo que lo merezco por no ser normal.

Empiezo a caminar por el pasillo con la mirada en el piso, hasta que un cosquilleo recorre mi espalda, alguien me observa, no, es peor que eso, alguien me sigue. Apresuro el paso sin atreverme a voltear a ver a mi persecutor. Corro hacia el área administrativa de la escuela, donde sé que esta la psicóloga y donde estaré segura. Siento un poco de alivio cuando veo la puerta del consultorio en frente de mí. Entonces me atrevo a voltear y no veo a nadie, empiezo a bajar la velocidad hasta que me detengo. Nadie estuvo siguiéndome, todo estaba en mi cabeza. Suspiro pesadamente, odio que mi cerebro me engañe de esa forma. Camino al consultorio y toco la puerta.

—Pase —escucho la voz suave de una mujer, es parecida a la voz de Uno.

Abro la puerta y me encuentro en una sala que parece familiar, los consultorios de los psicólogos y psiquiatras no son muy diferentes entre sí. Una mujer rubia y extremadamente delgada está sentada detrás de un escritorio lleno de libros. Ella alza su mirada y me ve, me dedica una sonrisa curiosa, la veo pasar su mirada por todo mi cuerpo.

El lugar es peligroso —me alerta Rojo.

Siéntate en el diván —me ordena Ocho.

Obedezco a Ocho, como siempre, y me siento en el diván que está a mi izquierda. Paso la mirada por la habitación y la regreso a la psicóloga, que me ve con más curiosidad que antes. Sé que el lugar no es peligroso y que ella tampoco lo es, de hecho, me siento más cómoda aquí que allá afuera. Supongo que por el hecho de haber visitado a muchos psiquiatras a lo largo de mi vida.

—Hola, soy Samantha Delgado, la psicóloga de la escuela —es obvio, la puerta tiene un rotulo con las palabras Psicóloga

—Mi maestra de orientación educativa me envió porque tengo esquizofrenia —veo a la psicóloga sorprenderse.

—¿Tienes esquizofrenia? —me pregunta con incredulidad.

—Sí, me diagnosticaron a los diez años.

—¿Y porque te mandó la maestra?

—Supongo que el resto del grupo me tiene miedo, seguramente terminaré dejando de estudiar aquí. Tal vez eso sea lo mejor.

—No es lo mejor y sería discriminatorio, lo cual es un delito —me dice seria—. No te debemos expulsar ni tratar diferente. Tal vez deba preparar una plática sobre esquizofrenia para toda la escuela. Tal vez puedas ayudarme a darla.

Parpadeo varias veces sin saber si debo responderle algo o no, algo me dice que ella espera una respuesta.

—¿Cómo te llamas?

—Every Sainz, soy adoptada.

—Bueno Every, supongo que tendremos que darles clases de salud mental al resto de la escuela —me sonríe.

Parece emocionada por haberme conocido, lo cual no es raro porque es psicóloga. La mayoría de personas del área de salud se emocionan de conocerme y tratarme. No es raro, pero es curioso, al fin y al cabo, los locos abundan en el mundo.

—Estás medicada, ¿verdad?

—Sí, tomo una pastilla cada 12 horas y veo a mi psiquiatra tres veces a la semana desde los diez años.

—Interesante, ¿conoces a tu madre biológica?

—Murió después de que nací, eso me dijeron mis padres.

—Es una pena.

—No mucho, al final vivo con una buena familia y tengo dos hermanos con los que me divierto mucho.

—Eso es bueno, ¿nunca te has sentido extremadamente triste?

—No.

—¿Has pasado por alguna etapa aguda desde que te diagnosticaron?

—Sí, dos veces, la primera a los trece y la segunda hace tres meses, antes de salir de clases y cuando casi me atropellan —frunce el ceño, pero no pregunta por esa situación.

—¿Te han hospitalizado?

—No ha sido necesario y espero que nunca lo sea, no me gustaría estar sola con muchos locos como yo —la psicóloga hace una mueca de disgusto con la palabra locos.

—Bueno, sé que ya tienes a tu psiquiatra, pero si necesitas hablar con alguien mientras estás aquí en la escuela puedes venir, mi puerta siempre estará abierta para ti.

—Gracias, lo tomaré en cuenta y seguramente vendré muy seguido —le respondo y sonrío levemente.

—Bueno, vamos a tu salón para hablar con tus compañeros y tu profesora.

—Gracias.

La psicóloga se levanta y yo también, salimos juntas del consultorio, me agrada ser amiga de los psiquiatras y psicólogos. Me gusta también que me acompañe algún adulto por los pasillos, sino siempre siento que me siguen y me observan. No me gustan los hospitales, pero los doctores me hacen sentir segura.

El club de los trastornadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora