Capítulo 122: Ni entre los locos se soportan

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Los días son mejores ahora que puedo dibujar, Karen me dio una libreta de dibujo y un lápiz que solo puedo usar con la supervisión de un enfermero o un psiquiatra. Lo bueno es que siempre hay psiquiatras y enfermeros cerca para verme dibujar.

Ahora estoy en el quiosco, dibujando la vista frente a mí. Detrás de mí hay un enfermero vigilándome. Ocho me recuerda constantemente que está ahí, pero prefiero mantener mi mirada fija en lo que estoy haciendo.

—Darren, te necesitan dentro —dice una estudiante de psiquiatría—. Parece que el Mesías tiene una crisis.

—Bueno, ¿te quedas con ella?

—Nos necesitan a todos.

—Ni modo, Every, tendrás que darme el lápiz.

Lo miro con tristeza, pero lo hago. Entrego el lápiz y veo como se alejan con él. Miro mi dibujo incompleto, nunca había dejado uno así, es frustrante.

—Karen dijo que eres su favorita.

Alzo la mirada y veo a Albert, nunca habíamos hablado porque siempre está en aislamiento.

—Creo que le dice eso a todos.

—Tenías un lápiz, no cualquiera tiene un arma —frunzo el ceño.

—Un lápiz no es un arma.

—Si lo usas adecuadamente, sí.

Trago saliva con miedo cuando recuerdo que Albert está aquí porque cree que es un asesino serial famoso. El Mesías me dijo que nunca me quedara sola con él porque es peligroso, sus voces lo incitan a lastimar a otros.

Corre —me dice Ocho.

Me levanto lentamente de mi lugar, tratando de parecer tranquila, aunque no lo estoy.

Di algo —me dice Uno.

—Creo que tienes razón, de manera poética podríamos decir que el lápiz es el arma contra el aburrimiento —camino hacia él con tranquilidad.

—No me gustan tus palabras.

Da un paso, siendo increíblemente imponente. Trago saliva y suspiro. Albert se abalanza rápidamente hacia mí, me da un golpe en la cara y mientras caigo recuerdo que no hay ningún enfermero cerca.

Moriremos aquí —se lamenta Uno.

Albert me da un golpe en el abdomen, lo que me saca el aire y de mis pensamientos. Trato de alejarme de él, pero toma mis pies y me jala. Albert se sienta sobre mí y dice un par de cosas asquerosas sobre mi cuerpo y el largo tiempo que ha pasado desde la última vez que estuvo con una mujer. Siento que baja mi pantalón y sube la filipina de mi uniforme para ver mi abdomen desnudo. Miro el quiosco, tratando de escapar de la realidad. Hasta que escucho unos pasos y siento que me quitan a Albert de encima. Miro hacia esa dirección, el enfermero Darren está sosteniéndolo y la estudiante de psiquiatría me regresa la ropa a su lugar y me ayuda a sentarme.

—Que indecencia —dice Jax viendo a Albert con asco—. Llévenlos a aislamiento.

¿Qué? —pregunta Uno con confusión.

¡Oh, no! ¡Oh, no! —grita Ocho.

Ahora sí quedarás loca —dice Rojo, casi suena asustado.

Completamente sola, nosotros seremos tu única compañía, será divertido —dice Negro con malicia.

—¿A ambos? —pregunta la estudiante.

—Pero creo que Albert fue el que hizo todo —dice Darren.

—Exactamente, no estamos seguros de lo que pasó. Mejor que ambos vayan a aislamiento —concluye Jax.

La estudiante me mira con tristeza y me ayuda a ponerme de pie. Seguimos a Darren fuera del quiosco y ahí veo al resto de Locolandia asustados. Landy me mira con tristeza y niega con la cabeza. A lo lejos, por la puerta del pabellón de al lado veo a Ethan viendo la escena. Solo que ahora ya no lleva un uniforme como el mío, pero en verde, ahora tiene ropa normal como la que usaba las noches que iba a verme. Dejo de verlo y entro a Locolandia, en camino hacia cumplir mi sentencia.

El club de los trastornadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora