Capítulo 5: La chica con depresión

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Estoy sentada tranquilamente en mi asiento en clase cuando escucho unos golpeteos. Alzo la mirada para ver que hacen mis compañeros ante el ruido, pero parece ser que solo yo lo escucho. Busco por el salón de clase el origen del golpeteo, pero no parece haber nada ni nadie haciéndolo. Escucho el ruido acercarse a mí, cada segundo se intensifica más y más. Sigo buscando el origen, pero sigue sin haber nada alrededor mío que lo cause. Cuando siento que está frente a mí se detiene bruscamente, como si nunca hubiera estado aquí. Suspiro y bajo la mirada, justo en ese momento una gran araña salta hacia mí. Exclamo un grito al mismo tiempo que salto de mi asiento tratando de alejarme de ella. Siento mi corazón latiendo rápidamente cuando no veo la araña, ¿dónde está? La busco encima mío y empiezo a pasar mis manos sobre mi ropa para tratar de quitarla.

—¡Every! —escucho la voz de mi maestro de Historia.

Dejo de moverme y lo veo, está parado junto a mí, viéndome muy preocupado. Detrás de él está el chico acosador y molesto, Kenneth. Dejo de verlos y veo mi mesa, la araña no está ahí, ni en el piso y mucho menos sobre mí. No está en ningún lado porque no fue real, suspiro.

—Perdón, creí ver una araña. Son las alucinaciones más difíciles de identificar.

—Quizá deberías ir a hablar con la psicóloga —me dice él con tono serio.

—Está bien, gracias y disculpe de nuevo.

Dicho eso tomo mis cosas y me encamino a la salida, escucho a mis compañeros hablar sobre mí. Siempre están hablando sobre mí, lo sé, Ocho no tiene que recordármelo. Salgo de mi salón y recorro el ya conocido trayecto que me llevará a la oficina de la psicóloga. Todos los días voy a verla, aunque sea una vez, a veces más, pero nunca menos. Deberían darme una tarjeta de loca frecuente.

Cuando llego a la sala de espera me sorprende ver a una chica ahí sentada, frunzo el ceño y me siento en la silla junto a ella. Ella no parece darle importancia a mi presencia así que intento hacer lo mismo, pero me es muy difícil fingir que no está ahí. Me concentro en la puerta de la psicóloga que permanece cerrada con un cartel donde se lee que está atendiendo a alguien.

—¿Te mandaron aquí? —miro a la chica con confusión.

Ella me ve con curiosidad, eso la hace ver bonita, aún con las marcas del acné y la ropa que parece que fue escogida para hacerla ver fea. Es como si ella tratara de ser fea, pero simplemente no puede. No puede arruinar el perfecto ondulado de su cabello dorado, ni oscurecer el verde claro de sus ojos, ni ocultar su bonita figura debajo de esa ropa holgada. Ella es bonita, aunque se esfuerza por no serlo.

—Siempre me mandan al menos una vez al día.

—Yo vengo por decisión propia.

—¿Tiene que ver con cómo te obligas a ocultar tu belleza? —mi pregunta la toma con sorpresa, se sonroja y aparta la mirada.

—¿Acaso eres lesbiana?

—¿Habría algo de malo en eso? —ella me ve con más curiosidad que antes y sonríe.

—No.

—Igualmente no lo soy.

—Soy Maddison, con dos "d", porque mi mamá es pretenciosa.

—Yo soy Every, porque eso dijo mi madre —ella frunce el ceño.

—¿Tú eres la esquizofrénica? —esa palabra es escandalosa, si mi madre la escuchara empezaría a darle lecciones a todos sobre salud mental y respeto una vez más.

—Mi psiquiatra y mi familia no usan esa palabra, ellos prefieren usar: "persona con esquizofrenia". Pero sí, yo soy la esquizofrénica.

—¡Cool! —dice ella con diversión, no es la reacción que esperaba—. Yo ni siquiera tengo un problema real.

—¿Entonces por qué vienes? —ella se encoge de hombros y su sonrisa desaparece.

—Supongo que porque me gusta perder clases.

—¿Qué dice la psicóloga que tienes?

—Depresión.

Sé que es la depresión, por suerte nunca la he sentido, hasta cierto punto me da miedo padecerla. Sé que si la tuviera no viviría más, no podría soportar los insultos de Rojo y Negro todos los días y seguramente no tendría ganas de seguir viviendo. Se supone que 6 de cada 10 personas con esquizofrenia tienen depresión. Y al menos 4 de cada 10 intentan suicidarse. Sé que sería uno de esos 4.

—Pero creo que no es para tanto, al menos eso dice mi padre.

—¿Tú qué opinas? —ella me ve sorprendida.

—Yo creo que no importa, estoy bien, solo lloro por tonterías... todas las noches —no me ve cuando agrega eso último, eso me hace interpretar que no quiere hablar de ello.

—¿Has ido con un psiquiatra?

—Fui con un psicólogo cuando era más pequeña, pero mi padre decía que era muy caro y mi madre creyó que después de un par de sesiones el problema se solucionaría.

Tengo ganas de preguntar sobre el problema, pero creo que no es de mi incumbencia así que prefiero quedarme callada. Ella tampoco vuelve a hablar hasta que la puerta de la oficina de la psicóloga se abre y un chico sale rápidamente con la cabeza gacha.

—¿Quién llegó primero? —pregunta la psicóloga que esta parada junto a la puerta, Maddison alza la mano—. Muy bien primero irás tú y después tú, Every.

Asiento lentamente con la cabeza mientras Maddison se levanta de la silla y entra sin dirigirme la mirada. La psicóloga me dedica una sonrisa más antes de cerrar la puerta.

En esta escuela abundan los locos —dice Rojo con diversión.

Ignoro lo que acaba de decir y me quedo pensando en la conversación que acabamos de tener, fue breve, pero me deja preocupada. Cuando la vi ni siquiera me imaginé que tuviera depresión. En general parece una persona normal y muy segura de sí, aunque se vista así de feo a propósito. La depresión es complicada, muy sigilosa y una asesina silenciosa si no la tratas a tiempo.

Me muerdo el labio inferior divagando en lo que podría ser su problema, siento mucha curiosidad y me dan ganas de conocerla. Tal vez eso es lo que siente Kenneth conmigo, tal vez por eso quiere ser mi amigo. Pero también creo que entre los locos debemos protegernos y ella y yo estamos completa, definitiva e indudablemente locas.

La loca consiguió una nueva loca amiga. Son la una para la otra —agrega Negro con asco.

Aunque hizo su comentario con el fin de hacerme sentir mal, me hace sonreír. Yo nunca he tenido amigos por el temor de ser la más rara del grupo, o por temor de asustarlos o aburrirlos con mis voces y delirios, pero ella debe sentirse parecido a mí. Me alegra pensar que sí que conseguí una nueva amiga que me va a entender.

El club de los trastornadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora