Capítulo 4: El persecutor misterioso

8 1 0
                                    

Ha pasado una semana desde la plática de la psicóloga, la gente parece un poco más calmada con mi presencia en la escuela. Sigo percibiendo miradas curiosas y todavía siento que hablan de mí a mis espaldas, pero puede que eso solo sea imaginación mía.

Alguien nos persigue —me advierte Ocho.

Volteo hacia atrás discretamente y logro distinguir a una persona que, efectivamente, me está siguiendo. Acelero el paso hacia mi casillero y procuro no volver a voltear. Camino rápidamente, pero siento que mi persecutor también acelera el paso, decido correr sin importar si me choco con alguien. Golpeo a varias personas mientras escapo, veo un gran grupo de chicas frente a mi estorbando en el pasillo. Corro hacia ellas y empujo a una para llegar a mi casillero, el sitio donde creo que estaré segura. No hago caso a lo que me gritan ellas o las voces que me lanzan advertencias, me concentro en escapar. Por desgracia siento que alguien me detiene, el pánico crece en mí, por fin me atraparon.

—Every, ¿estás bien? —veo a la psicóloga, ¿ella era la que me seguía?

Volteo detrás de mí, varios de mis compañeros de clases me ven con el ceño fruncido. Suspiro, nadie me seguía, solo van al mismo lugar que yo. Volteo de vuelta a la psicóloga, parece preocupada. Asiento con la cabeza a modo de respuesta, pero eso no parece convencerla.

—Creí que alguien me seguía.

—Debe ser difícil adaptarse a una nueva escuela —aprieta los labios formando una fina línea—. Si necesitas hablar con alguien sabes dónde encontrarme —sonríe amablemente.

—Gracias, lo tomaré en cuenta, aunque ya me lo había dicho —eso la hace sonreír más.

—Sí que no tienes filtro —dice eso último y se va.

La veo alejarse sin entender que es lo que quiso decir con eso. Suspiro y sigo mi camino a mi casillero. Es la hora de la comida, y ahí dejé el tóper que mi madre me envió, por eso voy por él. Después saldré a comer a las gradas frente a la cancha de la escuela. No me gusta comer en la cafetería porque es extremadamente ruidosa, como si los seres humanos no pudieran comer en silencio.

Aun nos persiguen.

Suspiro pesadamente, odio que Ocho sea tan insistentes con eso, estoy segura de que nadie me sigue. Y si alguien camina detrás de mi hacia la misma dirección es porque estamos en una escuela y voy por un pasillo. Lo peor de todo es que, aunque sé que no es real, no dejo de sentirme insegura, paranoica y asustada.

Sí nos está siguiendo alguien.

Estoy a punto de detenerme cuando Uno dice eso, ella no suele hacer ese tipo de comentarios. Usualmente Ocho es tranquilo y no habla mucho, pero desde hace una semana no para de advertirme que alguien me sigue y yo no paro de sentirme observada. La escuela no es el problema, el problema es que alguien realmente me está siguiendo.

Me detengo cuando llego junto a mi casillero, me acerco a él y lo abro. Volteo discretamente hacia mi derecha, pero es imposible ver quién me seguía cuando hay tanta gente. La mayoría de mis compañeros están hablando y riendo, nadie parece notar que me persiguen. Regreso mi mirada a mi casillero y tomo mi comida, tal vez en el patio sea más fácil saber quién me está siguiendo.

Cierro mi casillero y camino hacia la puerta que da al patio trasero. Las voces están calladas, pero se siente tenso del ambiente dentro de mi cabeza. Estoy intentando no pensar en lo que pasa, pero es imposible. Salgo por la puerta, siento el aire fresco de la ciudad y los rayos del sol tocando mi piel. Me detengo un segundo para disfrutarlo, cierro los ojos y extiendo los brazos. La brisa me recorre y el sol me envuelve, sonrío más relajada y vuelvo a abrir los ojos. Estoy lista para continuar, asiento con la cabeza y camino hacia las gradas que están a unos metros de mí.

Nos siguen.

La advertencia de Ocho hace que me concentre en el sonido de las pisadas de mi persecutor. Esto no está en mi cabeza, alguien realmente me está siguiendo y lo ha estado haciendo desde hace una semana. Esto tiene que parar, debo encararlo y pedirle que se detenga. Tengo miedo de voltearme y descubrir que realmente no hay nadie y que estoy más loca que antes. Trago saliva y con ella mis miedos, me detengo bruscamente y volteo.

—¡Deja de seguirme! —digo antes de acobardarme.

Para mi sorpresa si hay alguien ahí, es un chico impresionantemente guapo, es un chico que me parece conocido. Él me ve sorprendido, tiene la boca abierta y parece algo asustado. Él cierra la boca y aprieta los labios, baja la mirada unos segundos y cuando me vuelve a ver me sonríe. Frunzo el ceño, ¿sí es real? Tengo ganas de preguntárselo, pero no quiero parecer más loca de lo que ya lo parezco. Acerco la mano hacia el chico y le toco la mejilla, él permanece quieto y su sonrisa se agranda. Retiro mi mano rápidamente después de confirmar que es real.

—Perdón, creí que no lo notarías —dice ignorando lo que acaba de pasar.

—¿En serio creías que una persona paranoica y con esquizofrenia no notaría que la estás siguiendo por toda la escuela? —eso hace que su sonrisa se borre por unos segundos, hasta que recupera la compostura y vuelve a sonreír.

—De nuevo, perdón. Soy Kenneth, pero todos me llaman Ken. Voy en tu salón y, de hecho, yo te hice preguntas la vez que leíste tu trabajo de presentación.

Por eso se me hace conocido, paso la mirada por su uniforme bien puesto, limpio y pulcro. A simple vista parece el típico chico aplicado y recatado, se nota que siempre sigue las reglas y trata de complacer a todos.

—¿Hace cuánto lo haces? —mi pregunta lo hace dudar.

—Desde que nos contaste la verdad —hace una mueca—. Nos dijiste que en tu otra escuela casi sufres un accidente por tus alucinaciones, así que me propuse a cuidarte —sonríe tímidamente.

—No necesito que me cuiden, ese incidente pasó hace unos meses. Aprendí de mi error y seguí adelante —mi voz suena robótica, como si alguien lo hubiera dicho por mí.

—Bueno, solo quería asegurarme. Si quieres ya no lo hago.

—Ya no lo hagas, perseguir gente está mal.

Dicho eso me doy la vuelta y sigo mi camino a las gradas. Ya no escucho sus pisadas detrás mío y Ocho no me vuelve a advertir que me persiguen, creo que resolví este problema por ahora.

—Pero —escucho su voz y me detengo—. ¿Podemos ser amigos?

Volteo a verlo con incredulidad, ¿por qué alguien querría ser amigo de una loca como yo? ¿Sabe lo difícil que puede ser? Él no parece estar bromeando, está serio y sonríe con amabilidad. Frunzo el ceño, me acerco una vez más a él y le toco leve y rápidamente el hombro, sigue siendo real.

—¿Por qué quieres ser mi amigo?

—Porque así podré cuidarte de cerca, pero sin seguirte a escondidas. Podríamos llegar juntos a clases, desayunar juntos, te acompañaría a tu casa después de la escuela, porque seríamos amigos.

—No quieres ser mi amigo, te lo aseguro.

Él sonríe más, acerca su mano hacia la mía y la toma, su mano es muy suave y su tacto hace que me recorra un cosquilleo por todo el cuerpo.

—Ciertamente no quiero ser solo tu amigo, pero por algo se empieza.

Debe estar igual de loco que tú como para que le gustes —me susurra Rojo.

—No te conviene ser mi amigo —digo quitándole mi mano de la suya.

Me doy la vuelta y sigo caminando hacia las gradas sin comprender lo que acaba de pasar y sus motivos para acercarse a mí. Kenneth perdería mucho si nos volviéramos amigos y no entiendo porque quiere cuidarme si ni siquiera me conoce. Supongo que Rojo tiene razón, Kenneth está igual de loco o hasta peor que yo.

El club de los trastornadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora