Capítulo 30: Una buena noche para morir

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Abro los ojos con los últimos segundos de mi pesadilla aún en mi memoria. Me siento en la cama y volteo hacia mi derecha, veo a Maddison poniéndose los zapatos. Cuando termina alza su mirada y la fija en mí, aunque está oscuro la veo sonreír. Yo bajo mis pies de la cama y me pongo mis tenis, me levanto y tomo un suéter para salir con ella.

Ella asiente con la cabeza lentamente, se acerca a la puerta y la abre despacio para no hacer ruido y despertar a Alice. La sigo, salgo de la cabaña y cierro la puerta cuidadosamente. Cuando volteo la veo alejándose por el camino de tierra, corro para alcanzarla. No sé a dónde vamos, así que voy dos pasos detrás de ella por si cambia el rumbo o se detiene. Esto ayuda cuando llegamos al letrero donde se lee el nombre del campamento. Es ahí donde ella se detiene, sube unas escaleras que antes no había notado que estaban ahí. Veo las escaleras, trago saliva y empiezo a subir; las alturas no me asustan, pero caer y morir sí. Aun así, la sigo; subo las escaleras sin pensar en la caída, llego hasta arriba y veo a Maddison sentada sobre el letrero. Paso con cuidado mi pierna y me siento en el letrero, es más grande de lo que parece.

Siento la brisa nocturna recorrer mi cuerpo mientras veo hacia abajo, hacia el camino que nos trajo hasta aquí. La brisa no es lo suficientemente fuerte como para que tema que me empuje y termine cayendo. El viento se siente suave y mueve levemente mi cabello.

Miro el cielo oscuro bañado de estrellas, instintivamente volteo a ver la luna, nunca me agradó que me siguiera a todos lados. Muchos la considerarían bonita, yo, por otro lado, creo que me vigila, siento que me observa y me juzga.

—En noches como estas me pregunto porque no me he matado —empieza a decir Maddison, la volteo a ver con curiosidad.

Ella tambien está viendo la luna, y tampoco tiene la típica mirada que la gente le dedica. Su expresión es seria, está hablando de algo serio. Tengo curiosidad de a que nos llevará esta plática. Aunque no recuerdo haberle preguntado o mostrado interés.

—Probablemente no lo he hecho porque soy demasiado cobarde para hacerlo —hace una pausa y deja de ver el cielo, ahora ve el campamento que está frente a nosotras—. No tengo ni tendré el valor para agarrar un cuchillo y cortarme el cuello o las venas o para clavármelo en el pecho. Tampoco tengo el valor para tomar millones de pastillas que me causen una sobredosis o para amarrar una soga a mi cuello y al techo y dejar mi peso caer. Ni siquiera podría saltar desde aquí-. Ve hacia el piso, sigo su mirada.

—No es lo suficientemente alto para que mueras —ella sonríe sin apartar su mirada del piso.

—La gente cree que no sería capaz de matarme y quizás tengan razón. No tengo el valor para hacerlo, pero eso no quiere decir que no quiera hacerlo.

Esta es una de las tantas veces en que no sé qué decir. Nunca he sido buena para saber que sienten los demás, mucho menos cuando los locos como yo no somos buenos empatizando.

—El mundo no sentiría mi ausencia. Sin mí el sol seguiría saliendo, los pájaros seguirían cantando y la vida no se detendría. Podría morir mañana y nadie sentiría mi ausencia, tal vez hasta el mundo estaría mejor. Una persona menos que consuma aire, que contamine y que consuma recursos.

Frunzo el ceño, quizás al principio no habría diferencia entre su presencia y su ausencia, pero a la larga podría haber un cambio.

—Tal vez no tenga el valor para suicidarme, pero la próxima vez que mi vida peligre no haré nada para detener mi muerte.

Eso es ideación suicida, lo sé porque a los trece pensé lo mismo y cuando le dije a mi psiquiatra ella me contó sobre eso y el suicidio.

—Ahora entiendo lo que dice Ken —la veo con curiosidad, ella me está viendo fijamente—. Él siempre dice que es fácil hablar contigo, siempre escuchas atentamente y nunca tratas de convencerme de nada. Te podría decir que planeo matarme mañana y no me dirías nada.

No estoy segura de que eso sea un cumplido.

—No soy buena entendiendo los sentimientos de los demás, pero tampoco soy egoísta para pedirte que no te suicides. Si quieres hacerlo tus razones tendrás y lloraré por ti porque eres mi amiga, pero también estaré feliz porque superaste tu miedo a la muerte.

—¿Ves? Las demás personas siempre dicen "no lo hagas", "algo bueno vendrá", "solo es un mal momento", "no exageres" —hace las comillas con los dedos y suena graciosa, como si se burlara de alguien.

—"Eres normal", "queremos que seas feliz" —digo imitándola, eso la hace reír.

—Creo que todos los locos nos sentimos igual.

—A todos nos dicen que somos normales, pero no lo somos y jamás lo seremos.

—Un día me suicidaré.

—Tal vez yo también.

Por favor —susurra Negro.

El club de los trastornadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora