Estrategia comercial

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La principal diferencia que Mabel encontró entre el portal de Connell Gardner y el de Hazel fue que la madera no se agrietó. Un reflejo iridiscente recorrió la puerta de arriba abajo y de un lado a otro, acomodándose entre los surcos y dándole un acabado barnizado. Gustav sujetó la manija vieja y la abrió sin ceremonias.

El estudio al otro lado era sobrio y modesto, con escasos o nulos detalles personales: una cama destendida, mesas y encimeras desorganizadas repletas de piezas de metal, ropa amontonada en las esquinas.

—Oh — Eder se inclinó en el marco, observando el cuarto —. Es mi departamento.

Vivía como un soltero promedio. Se concentraba tanto en sus proyectos que su entorno era un desastre; él mismo sería un caos total si su hermano o Lolo no lo persiguieran recogiendo lo que dejaba tirado por ahí. Sus trabajos inacabados se acumulaban en los rincones menos esperados.

— ¿Tendrás un suéter que me prestes? — pidió Vanila, acercándose al armario sin esperar respuesta. Se apartó justo a tiempo para evitar que una cascada de basura tecnológica la aplastara.

Eder había olvidado que la había escondido ahí para evitar otro sermón de su hermano.

— Claro — murmuró sin más. Como nada se dañó, simplemente se encogió de hombros y se dirigió a la mesa de trabajo principal para revisar sus notas y recordar qué pedidos tenía pendientes. Nada. No había pedidos. Desde que los rumores habían comenzado a circular por las calles, nadie se atrevía a acercarse a él. Habría sido un problema grave si no hubiera conseguido un buen trabajo, pero eso no impidió que el rencor que lo carcomía subiera un nivel más. Sacó una bolsa de chocolates de un cajón y desenvolvió uno con desdén.

— ¿En el refrigerador, Eder? ¿De verdad? — Gustav sacó un casco del congelador.

— Tenía que mantenerlo a una temperatura estable porque se estaba sobrecalentando...

Solo entonces el pelinegro se dio cuenta de que habían invadido su casa. Vanila intentaba ocultar su maraña de rizos bajo una cachucha y la capucha de la sudadera que tomó, escarbando en su armario sin el menor recato. Gustav, por alguna razón, revisaba cada uno de los cajones de su cocina. No había nada que robar porque Eder no cocinaba, pero le pareció curioso que el pelirrojo escogiera precisamente ese lugar para inspeccionar, considerando que la cocina era lo que más detestaba. Lolo había cruzado con su escoba, pero antes de barrer, puso a Lele a lavar la ropa en la secadora de segunda mano que había comprado hace mucho tiempo, mientras Lili y ella guardaban todo lo que encontraban en bolsas que trasladaban a Mal. Hazel revolvía entre los libros apilados por doquier y Mabel, sorprendentemente la menos intrusiva, miraba por la ventana.

— ¿Puedes guardar todas mis cosas? — le preguntó Eder a Lolo. No estaba muy seguro de cómo había ocurrido, pero la muñeca y él se estaban convirtiendo en los mejores amigos.

— ¡Por supuesto! ¡Las instalaré tu habitación! — respondió Lolo con aplausos entusiastas. Corrió hacia Mabel, jalándole la falda mientras decía: — ¿Puedo pedir que unamos otra habitación a la de Eder? ¡No puede seguir durmiendo en su taller!

— Claro... — asintió la chica, sorprendida por tanta efusividad. Habitaciones sobraban y, después de todo, siempre había contemplado darle un taller propio.

— Blue Phoenix queda de camino a la casa de subastas. No debería tardar mucho en ir y volver, pero me temo que alguien podría intentar entrar a buscarme, incluso tratar de derribar la puerta si escucha movimiento dentro.

— ¡Oh! — Vanila, oculta bajo capas de ropa, bajó la bufanda lo suficiente para que su voz no se amortiguara —. ¿Tienes enemigos, Eder?

— Algo así — murmuró él.

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