Prólogo

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Como cada noche, Mimi se despertó alrededor de las tres de la mañana alertada por los lloros de su hija menor. La pequeña, era puntual como un reloj, y no llegaba tarde a ninguna de sus incalculables tomas diarias, una cada tres horas.

Por la noche, la rubia siempre era la que se despertaba primero, puesto que tenía el sueño mucho más ligero que su mujer. Salía de la cama, cogía en brazos a Mimi y trataba de calmarla mientras intentaba despertar a Ana, quien debía y podía darle de comer a la niña.

- Ana, Ana, Ana, la niña Ana -insistía la mujer mientras zarandeaba a su esposa con una mano y con la otra mecía a su hija tratando de que dejase de llorar, pero era imposible, la niña no iba a parar hasta que estuviese en el pecho de su madre- Ya va mi amor, mami ya va -le dijo a la pequeña mientras la morena por fin se incorporaba un poco en la cama.

- Dame -dijo Ana alargando los brazos para que le pasara a su hija- ¿Ya son las tres? -preguntó totalmente desorientada y prácticamente sin abrir los ojos. En ese preciso instante tenía la energía justa para sujetar a Mimi y no quedarse dormida, nada más.

- Como cada noche -respondió la rubia, que a pesar de que hacía cinco minutos estaba durmiendo plácidamente ya se había desvelado por completo.

- Suerte que te quiero tanto -comentó la morena mientras miraba a la niña.

Obviamente la amaba, ambas la amaban, pero en esos momentos llegaban a detestar ser madres, sobretodo Ana, a quién siempre le había sentado fatal que la despertasen a mitad de la noche. Y aún así sabía que tenía mucha suerte, su mujer siempre se levantaba y se encargaba de todo, menos de lo que no podía hacer por ella misma, darle de comer a la pequeña.

- Si es que es un angelito nuestra niña -añadió Mimi, aunque sabía que muy probablemente la morena ni iba a responder, simplemente se limitaba a asentir todo lo que decía- solo quiere comer un poco -añadió mirando a ambas con ternura, aunque realmente apenas veía nada.

En la habitación había una luz muy tenue. La rubia había encendido la luz de su mesita de noche al levantarse, y esa pequeña luz, al otro extremo de la cama, iluminaba mas bien poco, pero aún así, la imagen enternecía a la madre.

- Yo solo quiero dormir una noche del tirón -se quejó la morena, quien le era imposible decir nada bueno a esas horas de la madrugada.

- Venga amor, sí ahora ya puedes volver a dormir un ratito más -la animó Mimi mientras le acariciaba el pelo, apartándole los mechones que tenía encima de la cara, gesto que la mujer agradeció.

- ¿Ya estás? -le preguntó a la niña al ver qué dejaba de comer. Ana la apartó y vio que no lloraba, señal que no reclamaba comer mas, así que le devolvió la pequeña a su mujer y se acostó de nuevo sin decir nada más.

- Buenas noches mi amor -susurró Mimi mientras tapaba un poco a la morena con la sábana.

La rubia se apartó de allí y fue hasta la puerta de la habitación a mecer a la niña hasta que consiguió dormirla, como solía pasarle, Mimi se durmió muy rápidamente, así que pronto la pudo dejar en su cuna.

Como a esas alturas la mujer ya estaba más que desvelada, decidió salir de la habitación e ir a la cocina a por un vaso de agua, y ya que estaba dar una vuelta por la casa, con una tranquilidad totalmente irreconocible.

Mimi cerró la lamparilla y salió al pasillo. La primera habitación que se encontraba era la de su hija mayor, estaba vacía, puesto que la chica estaba de vacaciones en Valencia con su novia, y la madre no pudo evitar esbozar una sonrisa orgullosa al ver su cuarto.

Siguió andando hacía las escaleras, pero algo la paró en frente de la habitación de las mellizas. Aunque la puerta estaba cerrada, se podía apreciar perfectamente como salía luz de ella por debajo de la puerta, y sin dudarlo, la madre abrió.

Once | ‪WARMIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora