S i x t y e i g h t

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El aire húmedo entró y reavivó sus pulmones con su espesa frescura. Gimoteó agotada, con los párpados pesados cuan cortinas metálicas; le era similar a cuando dormía demasiado. Además, el hecho de que algo húmedo y frío le diese de golpecitos en la mejilla la obligó a despabilar de ese profundo sueño.

Deseó permanecer un poco más de tiempo así, tumbada y dormida, sin embargo, a pesar de hallarse adormilada tuvo que verse en la necesidad de abrir sus ojos cuando un segundo y tercer golpeteo mojado le continuó aturdiendo el rostro.

Maldijo entre dientes y arrugó el entrecejo al encontrarse con el conocido cielo encapotado de Forks extenderse esplendoroso en lo alto. Los espesos árboles la rodeaban y velaban por ella, saludándola con esa suavidad propia de ellos, al igual que la brisa fría y ese mágico ambiente que expelía el misterioso condado.

Echó un bostezo, estirándose y sintiendo la caricia humedecida del pasto al hacerlo. Las gotitas de esa ligera llovizna siguieron cayendo, anunciando la lluvia que se avecinaba y que estaba por empaparla si no se levantaba de allí.

Sin embargo, la castaña sonrió, agradecida de haber tenido la oportunidad de ver a su madre una vez más.

Se levantó de su posición, sentándose con flojera; tal vez era debido al aturdimiento en el que aún su cabeza se encontró atrapada, mas eso no fue impedimento alguno para no sentir el leve cosquilleo que se presentaba en su espalda.

Aquello captó su atención de inmediato, era como si una fina tela se pegara a su piel desnuda. Al asomarse, volvió a arrugar el entrecejo al notar que sus alas estaban presentes, extendidas detrás de ella, con pequeñas gotas de agua deslizándose y dándole más cosquillitas de las que ya.

Andromeda sonrió, pensando en lo brillante que lucía el presente y lo esperanzador que le parecía esa nueva oportunidad para continuar con su vida.

Lenta y entumecida se levantó. Se tomó su tiempo para despabilar, porque una mezcla de regocijo y serenidad le embargaba en su ser. Su anatomía se sentía engarrotada en cada uno de sus músculos y tendones tras el largo descanso. También iba descalza, solo que, en comparación a ese viaje del que volvió, ahora sí que sentía una pequeña incomodidad por las piedrecillas pegándose a la planta de sus pies.

Vestía con el vestido rosado que le habían obsequiado sus amigos el día de su cumpleaños y que se le empapó cuando la lluvia la alcanzó. La delicada tela cayó por su templo, pegándosele en la piel y le causó gracia porque justo así imaginó a las hadas cuando niña, envueltas en la frescura del bosque, con esa conexión inmensa y un aura incomprensible de magia alrededor.

Ella era un hada.

Maldición, era un hada. ¿Por qué le había costado tanto el poder afirmarlo como lo hizo en ese instante?

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora