T w e n t y e i g h t

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Bajó entre brincos de Francis, tarareando feliz y nerviosa conforme avanzaba hasta su hogar. Los dedos le temblaban y ni hablar del revoltijo que sentía en el estómago producto de la ansiedad sabiendo que en poco rato Jasper llegaría.

Apenas abrió la puerta de su casa, un delicioso aroma a jamón le llegó a la nariz; inundaba la gran casa las exquisiteces que venían de la cocina y le fue imposible contenerse el sonidito de goce que le salió de su boca. Estaba segura de que nunca había sentido un olor tan exquisito como aquel. Ni siquiera en Navidad, cuando sus padres la llevaban a comer a un lujoso restaurante en el centro de Manhattan o como en los últimos años hacían ella y su madre, ir también a un carísimo restaurant en Seattle.

—¿Mamá? —Llamó dubitativa, curiosa por lo bonito y limpio que se veía su casa.

Atravesó la estancia para dejar su mochila en uno de los sofás, pasando como acto seguido el comedor arreglado con la vajilla fina y las servilletas elegantes, cosa que la hizo arrugar el entrecejo. Las salas se hallaban bien iluminadas y de no ser por la comida, su nariz habría gozado con gusto del delicioso fresco olor a rosas que recubría el lugar.

Al llegar a la cocina, encontrársela vestida como la gran abogada que era, con ese vestido de viuda negra, le causó gracia y miedo.

—¿Qué... estás haciendo? —Curioseó, viendo con detenimiento el gran desastre que era la cocina.

No solo le sorprendía todo aquello, sino que se cuestionaba quién iba a limpiar.

—¿Cómo que qué hago? Preparo la comida para nuestro invitado, Andromeda —dijo, sacudiéndose las manos que llevaba llenas de sal. Acto seguido, continuó por revolver una sopa de entrada que llevaba poco cocinando, pero que con velocidad ya estaba listo.

—Solo seremos tres personas, mamá y él no come mucho —dijo, con una sonrisita juguetona al ver toda la emoción de su madre. O quizá preparaba la última cena de Jasper. Por la forma en que ella lucía, parecía lista para encerrar a alguien con cadena perpetua en prisión.

—Nunca está de más estar bien preparada, mi ciela —farfulló, mientras afilaba un largo cuchillo con soltura, generando un metálico sonido que le hizo sentirse más nerviosa de lo que ya se encontraba.

Esa sonrisa de su madre, francamente, la asustaba. Era encantadora y siniestra, tan calculadora, que el color rojo carmín solo terminaba de acentuar el hecho de que tramaba algo. Las únicas veces en que la vio trazar esa sonrisa fueron cuando la acompañó al bufete donde trabajaba y las cosas no le salían de acuerdo con el plan. Su madre era una mujer de temer y por eso prefería mantener la distancia entre ella y el trabajo, como si fuesen mundos diferentes.

—Yo creo... que mejor voy a cambiarme —anunció, alejándose lentamente de la cocina mientras la mayor sacaba un soplete para cocinar y lo encendía de forma llamativa.

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora