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Al día siguiente, un lunes por la mañana, apenas y se había podido despertar ante el suave golpeteo de la lluvia contra su ventana en el exterior. Se le antojaba permanecer allí entre el edredón y sus felpudas almohadas y quizá faltar, pero era el primer día de clases y su madre no iba a permitir eso así que pronto los golpes a su puerta instándola a levantarse retumbaron en su cálida habitación.

Bien podría haber comenzado su día con la voz del narrador francés de Bob Esponja relatando sus actividades básicas apenas salió de su acolchado. Tras darse una ducha, cepillarse y aplicar algo de maquillaje a su cara, se colocó un par de mom jeans de azul claro, con una camiseta blanca que se metió en la cintura y un suéter de punto lila. Sonrió satisfecha mientras terminaba de colocarse unas botas con un tacón altísimo; era tan bajita que para charlar con alguien debía alzar su cabeza casi por completo, o bueno, bien podría estar dramatizando como solía hacer.

—¡Mamá! —Llamó mientras bajaba las escaleras entre ligeros brincos animosos.

Se sentía algo nerviosa a cada paso que dio. Hacía mucho tiempo que no intentaba hacer nuevos amigos y gracias a lo ocurrido la pasada noche sabía los cotilleos que decían sobre ellas. «Huyen de alguien»; «¿por qué vendrían a Forks teniendo Seattle tan cerca?» eso también se lo preguntaba ella; «ocultan algo» añadían, como si estuviesen escapando de la policía.

Tanto chisme la traía vuelta loca, puesto que sí debían de admitir que huían de alguien, quizá era de sí mismas en Nueva York y ese pasado terrible por culpa de su padre.

Desde la cocina provenía un rico olor a pan tostado y mantequilla derretida. Su estómago rugió apenas ingresó, dispuesta a arrasar con todo el desayuno preparado.

—¡Buenos días! —Saludó efusiva, contenta de ver a su madre que ya estaba lista para el trabajo, luciendo impecable y tranquila. Se dijo que como ella no debía temer nada, estaría bien.

—Qué bueno que bajaste —comentó la mujer algo apurada tras terminar de acomodar una serie de carpetas en su portafolios. El traje le sentaba perfecto en sus curvas y el peinado prolijo, así como ese labial rojo carmín solo la hacían lucir bellísima. Dios, a Andromeda le llenaba de orgullo ser su hija al verse así, tan firme y vivaz— ya tengo que irme y así te puedo ver —añadió con dulzura, plantando un sonoro beso en su cabeza.

Andy sonrió, recibiendo gustosa del gesto brindado por su madre.

—¿Llegarás temprano? —Indagó con curiosidad, a lo que la mujer negó frunciendo los labios— entonces, vence a todos, como siempre —farfulló, fingiendo alegría.

Así iba a ser ahora desafortunadamente. Debido a que su madre era una reconocida abogada en el país, la única manera de continuar con su rango y popularidad era yendo a trabajar hasta Seattle a una de las cedes del bufete de abogados del que era directora. Debía manejar cada mañana hasta la ciudad y regresar cada noche hasta Forks. Apostaba a que incluso habría noches en donde ni siquiera llegaría a dormir su madre.

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora