F o u r t y

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Aquella construcción inmensa parecía consumir entre sus paredes una historia más de los cientos que poseía. ¿La suya siquiera era interesante? ¿Acaso una muchachita llorona y sola era cuanto menos un poquito curiosa? Llegó echa un manojo de nervios, llorosa y temblorosa, soltando uno que otro sollozo austero, agotada, adolorida y sin uno de sus zapatos.

Apenas y pudo conducir de regreso producto del miedo. Estuvo a punto de crear un accidente en la vía a causa de que no poder mantener a raya el temblor de sus manos o el de siquiera ver el camino que se extendía por la noche ante los faroles de Francis.

Estaba aterrada ante las posibilidades, confundida, sobre todo al ni siquiera saber cómo es que había escapado de aquel asalto.

Apenas llegó a casa, tambaleándose caminó y se internó al interior, llevando en las manos el único zapato que había sobrevivido; el otro no encontró tanta suerte y se había roto durante el altercado. Ante la ausencia del vehículo de su madre solo pudo suponer que esa noche, estaría de seguro, una vez más, sola.

No mentiría que al imaginar los daños que seguro tendría su rostro la ponía más vulnerable que de costumbre. Subió las escaleras dando traspiés, hipando cada tanto, preguntándose qué le diría a su madre y cómo conservaría la discreción en la escuela. Lo menos que quería era a un montón de adolescentes rodeándola y acribillándola con preguntas que no se le antojaba responder ni mucho menos recordar.

Al mismo tiempo se cuestionaba cuál había sido su error. ¿Por qué ella? ¿Por qué pasó eso? ¿Acaso se lo merecía? ¿Qué hizo para ganarse un ataque como aquél?

Había sido afortunada al conseguir escapar, demasiado. No todas poseían esa oportunidad y eso la hizo echarse a llorar peor, por todas aquellas que no consiguieron salvarse, por aquellas que esperaron un milagro y nunca llegó, por esas mujeres y jóvenes que desgraciadamente no pudieron regresar a casa.

¿Desde cuando salir a por algo de cenar era un riesgo?

Subir los escalones fue todo un reto debido al cansancio y casi arrastrándose como si estuviera ebria llegó hasta el cuarto de baño que disponía su habitación. El terror que le había burbujeado por el pecho aún le pasaba factura y lo notó al notar sus dedos gelatinosos al pretender lavarse la cara; ver la inmensa cantidad de sangre diluida en agua que cubría sus manos le robó un nuevo sollozo.

Durante el camino había sentido la sangre que le borbotaba del labio, brindándole al paladar un saborcito ferroso desagradable y por el punzante dolor que le acongojaba como un constante martilleo en la nariz, seguro que le habría roto algo importante allí. Eso explicaría porque llevaba tanto de aquel espeso líquido carmesí encima.

Una vez más, la sangre demostrando ser más fuerte que cualquier cosa.

Probablemente no habría remedio, tendría que quedarse en casa por lo menos dos semanas para ocultar lo que le había pasado. La cabeza le palpitaba con furia, seguro que tendría raspones horribles en las rodillas y aunque le parecía extraño, agradecía que el cáustico dolor que le crepitaba en la nuca se hubiese detenido.

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora