𝐀 | ⋆.ೃ࿔ Había algo en Forks que lo volvía el lugar ideal para que millones de secretos se ocultaran.
Quizá era la baja población; tal vez era su silencio y los espesos bosques que rodeaban a la pequeña ciudad. A pesar de que existían múltiples teo...
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Sujetó con firmeza las tijeras y siendo lo más meticulosa posible, recortó el borde de la silueta de Jasper. Bella la notó sacar la lengua, llena de concentración, con los ojos entrecerrados para no cortar de más, hasta que tuvo una foto más lista para formar parte del collage que se encontraba a su lado.
Tenía a su alrededor montones de cosas de papelería. Para distraerse y mantener la mente ocupada en algo que fomentara su creatividad, pero que no la asustase —como le ocurría al dibujar al Extraño—, se había decidido a armar un álbum de fotos después de que Angela le enviara por correo electrónico esas que les tomó en infraganti durante la preparatoria.
Reconocía algunas fechas y también algunos momentos. Le sorprendía y la hacía sonreír traer a flote esas memorias, embobada al ver el reflejo del afecto que se tenían. Recordar lo ocurrido los meses finales del último semestre le daban un vuelco en el corazón porque se preguntaba cómo habría sido todo de no haberse tenido que marchar.
Echó un suspiro, considerando, que las cosas pasaban por algo, ¿no? Desafortunadamente perdió mucho en el camino, pero, por otro lado, el universo le estaba compensando con un montón de otras. Aquel solo era un mal momento más y los astros se alinearían para que todo saliera como debía ser.
¿Cierto?
—Es lindo ese color —comentó Bells desde su lugar en la camilla. Andy llevaba en las manos una cinta adhesiva de un tono lila, al cual miró por unos instantes antes de asentir dándole la razón— se vería mejor con la que tienes allí —añadió, apuntando a una foto que reposaba junto al pegamento.
—Tienes razón, me gusta como se ve, gracias —canturreó alegre, acomodando todo con cuidado.
Sus dedos se movieron con cuidado en su creación, siendo cautelosa con cada movimiento. A Isabella siempre la embrujaba verle las manos, como sin querer destellos dorados flotaban alrededor de sus dedos; tal parecía, Andromeda no se daba cuenta de que al concentrarse surgían de pronto. Era como si reflejase su estado de ánimo, lo que la hizo suspirar con pesadez al comprender que era por la tranquilidad que le regocijaba el alma.
—¿Estás bien? ¿Quieres que te traiga algo? —Investigó preocupada la joven hada al escucharla ahogar un jadeo.
Se quedó quieta mirando a la mortal, quien avergonzada echó la cabeza a un lado para que no la viese llorar. Había estado conteniéndose con creces desde que llegó, soportando por su hijo o hija toda la tensión que se acumulaba en la casa, el desprecio de Edward y su nulo apoyo, la pena por verlos a todos sufriendo por su causa.
—¿Te duele algo? ¿Llamo a Carlisle? —Inquirió alterada, apresurándose a acercarse a ella.
Las manos tibias sostuvieron las suyas, que se encontraron heladas. Andromeda intentó sobarlas para generarle algo de calor y con suaves murmullos, intentó que algún encantamiento de curación le ayudara.