F i f t y s e v e n

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¿Qué se supone que le diría a su madre para justificar el hecho de que debería pasar dos noches de su semana yendo a proteger a una chica a la cual ni siquiera le agradaba? «Hola, ma. Adivina qué, iré a proteger a Bella de un vampiro intruso que la está acechando, ¡oh! Y, ¿recuerdas que me dijiste que no me acercara a los lobos? Pues también ellos serán al parecer aliados para cuidarla. ¡Ah, no! Espera, ¡hay más! Tengo que hacer rondas por el bosque para que los árboles me cuenten los últimos chismes sobre desconocidos vagabundeando por el territorio, ¿no te parece increíble?».

Si su madre se enteraba de todo eso, lo más probable es que la dejara encerrada en su habitación como a Rapunzel.

Sabía bien que ser más lista que su madre era todo un reto, pero iba a intentarlo. Al no poder conciliar el sueño, se entretuvo haciendo planes que pudiesen ayudarla a ir a esas guardias. Si acaso, la única complicación que podría aparecerse era que los árboles al estar en desacuerdo pudiesen delatarla. Debía convencerlos a ellos y a toda la vegetación de quedarse callados.

Había encontrado la forma perfecta para salir y entrar por su ventana sin ser descubierta, aunque al menos ese día llevaba la ventaja de que su madre permanecería en Seattle por un juicio que tendría muy temprano por la mañana.

Rosalie la saludó con una minúscula sonrisa a la cual le respondió con un poco de inquietud. La culpa la carcomía; no quería mentirle a su mamá, sin embargo, de hacerlo tras lo ocurrido con Victoria y los metamorfos, lo mejor era hacerlo por su cuenta, ¿no?

Una parte en su interior le instaba a que lo hiciera. Sí, ella misma admitía que arriesgaba demasiado y se inmiscuía en cosas que no la involucraban del todo, pero en el fondo de su alma le empujaban a brindar su aportación. Si podía hacerlo, no iba a negárselo a nadie, aunque no estuviera muy segura de lo que hacía.

Juntas y en silencio avanzaron con velocidad hasta la casa de los Swan. En cuestión de un parpadeo se encontraron frente a aquel hogar. Charlie no se encontraba en casa y desde la ventana, la joven mortal echó un vistazo y timorata saludó antes de meterse de nuevo a su habitación sin darles la oportunidad de responder.

El acuerdo con los Quileutes para mantener la vigilancia era sencillo. En algún punto de la madrugada ellos llegarían al relevo, sin muchas interacciones de por medio, teniendo la oportunidad de pasar al territorio de los Cullen y atacar en caso de ser necesario.

Solo por eso no le preocupaba que le intentaran hacer daño, porque a menos que fuera muy estrictamente dado el caso, no podían tocarle ni un solo pelo.

—¿Cómo has estado? Ayer no lucías muy bien —curioseó y observó la rubia a Athenas.

La aludida ladeó la cabeza cavilando su pregunta por unos instantes, sin ser capaz de verla. No iba a mentir, que ya se notase con facilidad el pesar que la embargaba le daba vergüenza.

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora