𝐀 | ⋆.ೃ࿔ Había algo en Forks que lo volvía el lugar ideal para que millones de secretos se ocultaran.
Quizá era la baja población; tal vez era su silencio y los espesos bosques que rodeaban a la pequeña ciudad. A pesar de que existían múltiples teo...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
≫ ──── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ──── ≪
P a r t 1
El vampiro de ojos carmesí admiró con detenimiento e incredulidad a la pequeña vampiresa frente a él, que firme y audaz, sin tenerle nada de miedo, se quedó plantada allí, sin importar a que la mirada de cierto hechicero ambicioso estuviese sobre ella, amenazante a más no poder.
Los segundos lucieron eternos... infinitos.
Warren sonrió, cargado de orgullo al ver a su amada esposa más osada que nunca.
—Ahora lo sabes. Ese es... su futuro —pronunció con seriedad Alice Cullen, moviendo ligeramente la cabeza hacia donde una lejana e inquieta Andromeda Hale aguardaba expentante junto a su esposo Jasper Hale—. A menos que decidas cambiarlo —añadió.
Ambos escucharon aquello, en realidad todos allí lo hicieron, cuestionándose a qué se refería la pequeña vampiro.
—No podemos hacer eso, la niña sigue siendo una gran amenaza —intervino Caius, deseoso de acabar con el clan Olímpico.
—¿Qué te sucede, Aro? —Cuestionó con la voz ronca e impaciente Alistair junto al rubio.
—Y si aseguran que no causará ningún daño ¿podemos irnos en paz? —Cuestionó Edward tras haber escuchado al desconocido excéntrico.
—Por supuesto, pero ¿cómo piensan hacerlo? —Inquirió aun Caius, Aro aún dudoso de seguir.
Admiró a la joven a la distancia, la que tomaba con firmeza de la mano de aquel vampiro Hale. Sus ojos avellana centellaban de preocupación, al igual que de determinación.
Ella estaba destinada a ser la creatura más poderosa sobre la Tierra.
—Ya te lo dirán —dijo el cobrizo, sonriendo a su hermana que se volvió a su dirección dando unos pasos llena de confianza ante la llegada de los dos invitados, de sus dos testigos.
Los nativos avanzaron con parsimonia por la nieve endurecida, su joyería sonando a cada paso que brindaban. El hada miró a su compañero, que hizo lo mismo antes de asentirle a ella, en un gesto para tratar de relajarla.
La castaña admiró a los dos inmortales que seguían en su andanza. Ambos le miraron al pasar junto a ella y le saludaron con una sutil inclinación antes de continuar.
No tenía ni idea de qué estaba pasando.
—Estuve buscando mis propios testigos —informó Alice con calma— en las tribus Ticuna de Brasil...
—Hay suficientes testigos —alegó Caius, siendo insoportable.
—¡Déjala hablar! —Bramó Aro, ansioso por escuchar la excusa para no continuar con aquello. No podía desaparecer su poderío, ni siquiera con Alistair a su lado ayudaría.