𝐀 | ⋆.ೃ࿔ Había algo en Forks que lo volvía el lugar ideal para que millones de secretos se ocultaran.
Quizá era la baja población; tal vez era su silencio y los espesos bosques que rodeaban a la pequeña ciudad. A pesar de que existían múltiples teo...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
≫ ─────── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ─────── ≪
Seattle no era parecido en lo absoluto a Nueva York, sin embargo, sentir el ambiente citadino una vez más le resultó reconfortante. El barullo de la gente ir y venir, las luces, las imponentes construcciones alzándose a su alrededor... le pareció algo de lo más conocido y al mismo tiempo lejano.
La cabeza por supuesto no le pensaba igual; no podía con tanto ruido, lo cual le generó punzadas en las sienes, desacostumbrada por entero debido a la calma con la que siempre se encontraba en el condado con nombre de utensilio de cocina. Era extraño que su cuerpo reaccionase de esa manera considerando el hecho de que poseía mayor resistencia y una rápida curación dentro de su sistema, como si se hubiese actualizado igual a una computadora, mas no ayudó mucho y tal vez solo era su paranoia al hallarse por su propia cuenta allí.
Conducir le encantaba, pero con todas las ansias que la estuvieron carcomiendo, el viaje se prolongó por montones. Le hubiese gustado llevar ella a sus amigos al aeropuerto, pero debido a sus diferentes horarios y a sus padres quienes organizaron todo, no pudo hacerlo. Jasper, Rosalie, Alice, Warren, Esme, Angela y Gavril le habían llamado por breves interludios porque cada uno quería saber sobre su trayecto, lo cual agradeció, le resultó de lo más motivador para la larga semana que se venía.
El apartamento de su madre en la ciudad era sobrio, elegante y sofisticado. Los colores plateados y azul marino le recordaban a Ravenclaw, solo que en una versión de lo más moderna y glamurosa. Un amplio ventanal se extendía en la estancia que permitía una vista hermosa de Seattle y al abrir una puerta corrediza podía salir a un pequeño balcón que la dejaba admirar y sentir a viva piel la frescura del lugar.
Al día siguiente, se halló emocionada por la mañana al ir a la cede. Caminó entusiasta en cada paso que dio, esperando verse igual de sofisticada que su madre; quería lucir formal y madura, pero conservando esa jovialidad y juventud que la caracterizaba, queriendo dejar esa parte de su personalidad alegre. Había comprado por la tarde anterior un bonito corsé blanco con detalles florales, así como un pantalón y una americana en el mismo color que usó a juego de un nuevo par de tacones.
Se sentía bien y esperaba a no estar siendo algo exagerada. Cuando le contó sobre eso a Jess, Alice y Angela, ellas dijeron que era lo ideal y confiaba en su sentido de la moda y sus consejos, así que allí se hallaba, dirigiéndose con nervios y emoción a uno de los bufetes de abogados más importantes del país.
Sintió que se estaba metiendo a la boca del lobo, metafóricamente hablando.
—Señorita Athenas, buenos días —le saludó con cortesía Rachel, la recepcionista del lugar que el primer día la había atendido. Era una persona de lo más amable y casi que podría apostar a que tenía apenas pocos años más que ella de no ser por el hecho de que era consciente de que la mujer tenía más de un siglo de vida— ¿cómo ha estado su día? El señor Pevensie tiene la sala de juntas lista para usted.