E p i l o g u e

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Déjame contarte, la historia de amor más intensa y pura que jamás haya existido.

Déjame contarte, el romance más bello y trágico que se presenció.

Déjame contarte, el final del amor más osado y resplandeciente que se haya visto, tan brillante como el sol y el resto de las estrellas.

Porque uno puede creer que el amor es rojo ardiente, pero en realidad es dorado... como la luz del día.

Se sentía una extraña sensación en el ambiente que la hizo respirar profundo por unos segundos. Uno, dos, tres, cuatro. Inhalando y exhalando para llenarse los pulmones de aire, intentando sosegar el nudo en el estómago, los nervios que le colocaban la piel sensible y que le generaban escozor en los ojos por las lágrimas que se le acumulaban con rapidez.

Había un sabor agridulce acongojándole en el paladar, azucarado a causa de la buena energía y amargo por lo que conllevaba. Esperó y rogó a Morgana a que ese día todavía no llegase, pero si algo aprendió cada mañana al despertar, es que las cosas ocurrían por una razón y que quizá, aunque le doliese, lo que ocurriría sería para bien.

Él entonces apareció, con pisadas duras y la mandíbula apretada, igual de tenso que ella, aunque comprensivo porque los prepararon así. Conocían el proceso, uno del cual pocos como ellos se escapaban, pero de los cuales la mayoría no lo hacían.

—Nos está esperando —anunció él con la voz tirante, producto del mismo nudo que le apretaba y mantuvo apretado para evitar llorar antes de tiempo.

Ella asintió y tras dar un suspiro, se secó las manos sudorosas en la falda de su vestido, antes de seguirlo con el corazón bombeándole fuerte en el pecho. Aquel desbocado latido lo hizo sonreír con tristeza y siendo amable, le tendió la mano para abrazarla, intentando brindarse confort el uno al otro.

¿Cómo se supone que se aceptaba algo como aquello?

Ambos soltaron una suave risita cargada de ternura y dolor al apartarse, antes de encaminarse juntos hasta la alcoba de su madre, quien los esperaba con cansancio y plenitud.

Eros y Calisto subieron con calma las escaleras, acongojados por lo que se avecinaba, porque sabían que cuando estuviesen allí, sería por completo el final. Por supuesto que se encontraban felices porque eran conscientes de que ese era el deseo de su madre, que su vida terminase con plenitud. Después de tanto tiempo, ella cumplió con todo lo que prometió y ahora, estaba lista para partir.

El trayecto fue un poco caótico para ellos, considerando la gravedad de lo que se avecinaba. Ver a cada peldaño que subían un nuevo recuadro, uno de los muchos títulos universitarios de su padre o los titulares de periódicos y revistas que celebraban el talento de su madre, solo prolongaba la sensibilidad, el dolor.

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora