E i g h t e e n

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Ver a su madre en casa era algo que le encantaba. Sus días ya no eran tan solitarios ahora que le hacía compañía. A Andromeda siempre le había generado curiosidad que aun siendo la CEO del bufete Athenas su madre no tuviera tanto tiempo disponible, pero siempre valía la pena que se quedara con ella. Consiguió esa semana unos cuántos días libres, así que allí estaba cuando regresó de la escuela, con su música instrumental puesta a un volumen moderado en tanto cocinaba un pollo a la naranja.

Era una excelente cocinera. Los manjares que Ella preparaba eran un deleite fascinante; tenían un toque tan especial que cada bocado era como magia en la boca. Que el olor inundara su sentido del olfato apenas ingresó a la casa solo la hizo emocionarse más tras encontrarla en la cocina concentrada, bailando con lentitud y disfrutando de la deliciosa melodía del piano de fondo.

Le sorprendía en ocasiones la belleza de su madre. Incluso podía decir, que se veía más joven, con su piel limpia y brillante, con un ligero tono bronceado y una cabellera castaña sedosa y reluciente, que le daba la apariencia de una bella ninfa.

—Ya llegué —anunció con una sonrisa, arrojando su mochila a la mesa del comedor. La mujer sonrió y estrechándola entre sus brazos en un fuerte abrazo, le indicó que subiera y se lavara antes de comer.

Antes de encaminarse a hacerlo, admiró a su madre por unos segundos sin que ella se diese cuenta. No tenía idea de porqué su padre dejó a una mujer como lo era ella, porqué le había generado tanto dolor. Era tan fuerte, tan hermosa e inteligente; no lo entendía y jamás lo iba a hacer.

Ningún hombre era merecedor de Ella Athenas.

Y su padre sin lugar a duda era un imbécil.

—¿Cómo te fue hoy? —Indagó su madre, terminando de servirle una porción del pollo humeante. El estómago de Andromeda rugió enseguida apenas vio la pieza. Dios, se veía tan delicioso.

—Bien. Hoy llegó la chica nueva a la escuela, la hija del señor Swan —contó con ánimos. De inmediato Ella la visualizó en su mente; todos en el pueblo esperaban a la hija pródiga, o eso decían— es igual a él, mami. Es muy callada y tranquila.

—Ah, debe contar malos chistes como tú. Quizá tenga tu mismo sentido del humor —jugueteó, a lo que la menor dramatizó entre risas.

—¡Ma! —Reprochó. Tuvo que soplar de su porción de comida antes de llevárselo a la boca; estaba calientísimo— ¿has visto a los Cullen últimamente?

—Dios, Andy, ¿qué clase de pregunta es esa? —Cuestionó, sin dejar su lado divertido— creo que es un poco obvio que no, cielo. ¿Me pasas las verduras?

—Yep —respondió tendiéndole el trasto en tanto sopesaba bien lo que quería dar a entender. Le resultaba complicado, porque lo que menos quería era que sonase como un chisme o parecido—. Es que, sé que no debería de hacer caso a lo que dice la gente, mami y nunca me lo parecieron pero desde hace unos días... como que notó algo raro.

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora