S e v e n t y o n e

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—No estaré aquí la siguiente semana —pronunció con una mueca de disgusto mientras le terminaba de colocar la mascarilla de avena que con tanto esmero elaboró. Sus manos le sujetaban la cintura, así que el hecho de saber que eso no le gustaba se lo dejó bien en claro cuando sus dedos se afirmaron más a ella, así como su ceño fruncido— vas a arruinarlo, Jazz, te saldrán arrugas.

—Creí que esta era para exfoliar —dijo, a lo que ella se encogió de hombros.

—No es como que importe ahora que a ninguno le va a funcionar, pero no tentemos a la suerte.

—¿Te irás y me dejarás aquí? ¿Solo?

—¿Acaso eso es un puchero, señor Hale? —Jugueteó ella, viéndose divertidísima con esa grumosa pasta blanca cubriéndole el rostro. Él se echó a reír y asintió— lo siento, Jazz. El señor Pevensie dice que hay muchos documentos que debo revisar con las cosas que dejó mamá en su testamento.

—No vas por eso —afirmó él, siendo de lo más perspicaz.

Andromeda se quedó quieta, nada más mirándolo. A veces, la sorprendía lo fácil que le era a él leerla, como si fuese un libro abierto, con un texto de lo más sencillo de comprender. Jazz poseía ese don, el de entenderla sin complicación alguna, el de verle el alma sin mucha dificultad.

—No —aceptó en voz baja, intimidada con esa melosa manera en que sus orbes de oro líquido la observaron, enloquecida con esos mimos de su pulgar a los costados de su abdomen. Por supuesto que le encantaba encontrarse a horcajadas sobre sus muslos, pero Dios, ¿por qué se sentía tan vulnerable así?— En su último correo me dijo que podrían ayudarme a hacer una rutina de entrenamientos, como los que hemos estado hablando tú y yo.

Ahora que no tenía a su madre y que Gavril se marchó a Paris, ella había intentado por sí misma continuar explorando esas habilidades que poseía como hada, asimilando esa naturaleza que le fue brindada y a la que le huyó tanto con disimulo, sin embargo, no estaba saliendo muy bien eso de hacerlo por su propia cuenta. A pesar de que le resultaba innato, al mismo tiempo, era todo un reto que no sabía manejar. Necesitaba un poquito de apoyo, cosa que Jazz le quiso brindar, al menos en el aspecto defensivo.

Pero toda esa parte que conllevaba magia, pociones, alimentos, hechizos y quien sabe qué más se le estaba quedando estancada, por lo cual, el señor Pevensie —o Mark para los amigos como ella— ofreció a crear un sistema especial que pudiese ayudarla sin tener que sacarla de Forks, para que tomase la fortaleza y vitalidad que sus dones requerían para llegar a su gran capacidad.

Seguía causándole gracia eso, se imaginaba a ella misma como una batería recargable.

—¿Debes irte toda la semana?

—¡Jazz, por Morgana! Solo es una semana.

—No te tuve por dos, ¿recuerdas? —Insistió, lo cual la hizo reír. Él la siguió en eso, sobre todo porque resultaba de lo más adorable cuando su piel tersa se hallaba cubierta de una pasta blanca que no le serviría de mucho— bien, pero deberás dejarme la dirección de en dónde te vas a quedar.

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora