T h i r t y f i v e

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Los miércoles, eran buenos días.

No sabía en realidad el motivo por el cuál Andromeda dedicaba específicamente ese día de la semana desde esas vacaciones de verano a nada más que sus hobbies. Y él. Él siempre estaba entre sus planes; aquello lo hacía muy feliz y de alguna manera, generaba un cosquilleo de lo más gratificante que le recorría de pies a cabeza.

Acompañarla era una delicia. Verla reírse y sonreír entusiasta le encantaba y era mucho más regocijante cuando hacía lo que le apasionaba.

Esa tarde le fue imposible contenerse la sonrisa melosa al observarla tratar con tanta dedicación a las nuevas macetas que compró en Olympia hace un par de días. Le había ayudado con unas cuantas, totalmente desacostumbrado a hacer lo que ella llamaba "trasplantar". Para él, trasplante era la operación que hacía su padre Carlisle al operar a un paciente, pero para Andromeda, significaba mover de lugar una planta o solamente sembrar una ramita.

Aún se sentía dudoso con haberlo hecho bien; se esforzó para no romper ninguna sola raíz y además de colocarles el sustrato y las vitaminas correspondientes. No iba a mentir, le sorprendía y resultaba fascinante todo lo que había aprendido sobre jardinería gracias a aquella jovencita. En todos sus 165 años jamás se vio interesado en algo parecido, pero resultaba más interesante de lo que había creído.

Athenas les hablaba, conversaba con ellas y cuando podía les hacía retratos en óleo. Se aseguraba de que todas se sintiesen bien y poseía un ojo increíble para saber cuando una comenzaba a sentirse decaída. Adoraba verla así, tan amistosa con la flora. Adoptaba un brillo de lo más encantador, era toda una experta.

—¿Cómo va con sus nuevas labores como jardinero, Mayor Whitlock? —Preguntó cantarina mientras se sacaba con un par de palmaditas la tierra entre los dedos.

Su apellido sonaba tan bien cuando ella lo pronunciaba. Podría vivir el resto de su inmortalidad solo oyéndola decir su nombre una y otra vez, en todos esos tonos que ella emitía, con ese festín de sentires que Andromeda podía experimentar con tanto fervor.

—He acabado —farfulló, orgulloso de su cometido.

La chica echó un vistazo. Jasper para no haber plantado ni una sola florecita en verdad la había sorprendido con la facilidad que tenía para cuidar de sus plantas. Supuso que, como ella, tenía una pitufimano que hasta el mismísimo Papá Pitufo envidiaría.

—Siempre eficiente, Mayor. La jardinería sí que es lo suyo —alardeó con picardía, dejando que sus manos la sujetasen de la cintura para atraerla hasta él. Soltó un jadeo, sorprendida por el pequeño arrebato, embrujada con esa sonrisa altanera que dibujó en sus pálidos labios y esa suave caricia que realizó para quitarle el mechón de cabello que caía rebelde por su rostro.

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora