N i n t y s i x

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Las plumas le sentaban encantadoras en el pelo y la expresión de serenidad que llevaba en el rostro hacía que todos los temores que llevaba ocultos en su ser se acompasaran, como si tuviese el valor para poder enfrentarse a ellos sin dudar, aunque no lo negaría, así mismo se sentía. Adoraba el verla descansar con tanta plenitud, el admirar su espalda subiendo y bajando por su suave respiración, su piel reluciendo preciosa con esos mechones que le caían enredados en aquel delicado lienzo.

La había visto buscarlo en medio de sueños, estirando la mano y acurrucándose entre sus costillas con cuidado, a lo que la recibió con gusto.

Quizá por eso es que le tenía con tanta preocupación todo lo referente a aquel Extraño que ella solía dibujar. Ni siquiera comprendía porqué lo dejaba como una posibilidad cuando era más que claro que por supuesto que lo traía hecho un lío. La paz de Andromeda era la suya y lo que menos quería era perderla, el que después de tanto tuviese que continuar con el infortunio de sufrir más. Se merecía vivir con plenitud, con paz y con los seres que la querían y la amaban.

Pensar en lo que podría llegar a ocurrir le robó el tiempo, las cavilaciones lo entretuvieron, así como el escuchar sus divertidos balbuceos y la tierna forma en que se removió su pequeña hadita entre sus brazos. Las horas corrieron con velocidad mientras seguía analizando la información que tenía, la cual era poca y añadiendo los detalles de lo que ocurría en el exterior con el Santuario y los aquelarres, enlazar las cosas resultaba un acertijo un tanto complicado por resolver.

Algunas cosas le parecían bastante sencillas y tan obvias que le hacían creer que algo más estaba ocurriendo en el fondo, solo debía encontrar las pistas que le dijesen de qué se trataba.

Cuando llegó el medio día, sabía que haberla mantenido despierta hasta tan tarde le iba a cobrar factura, más con esos cambios a los que se estaba enfrentando y que lo llenaban de curiosidad. Se levantó con el cuidado de no perturbarle su descanso y se encaminó hasta la cocina para prepararle el té que a ella tanto le gustaba, así como esos panqueques que la chiflaban por montones.

Hacer esas cosas lo llenaban de tranquilidad. Existía una sensación de lo más hogareña y placida en cocinar, en simplemente aguardar y en solo dejarse ser en la serenidad de su casa, ese espacio que juntos habían vuelto suyo. Aquel refugio había sido una idea para solo unos días con tal de distraerse por un rato, pero si era honesto, lo volvía feliz saber los planes que existían entre ellos, los cientos de cosas que querían crear.

Cuando volvió, la encontró aferrada a su almohada, como si lo estuviese abrazando a él, lo que lo hizo sonreír. El acomodarse de nuevo fue una proeza al buscar la forma de no molestarla, aun cuando sabía que no faltaba mucho para que abriese los ojos.

Extrañaba tantísimo despertar allí, en su cama destrozada a causa de las pasiones de la noche, con el dulce aroma del suavizante de telas, de la colonia masculina y ese peculiar aroma excitante que quedaba después de su desenfrenado romance.

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora