F o u r t y s i x

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Durante el camino a casa ninguno de los dos hizo mella por decir algo, cosa que agradeció Athenas, porque lo que menos necesitaba era más cosas por procesar. Requería tranquilizarse y Reecee vislumbró con claridad la ansiedad que la carcomía; no era como que estuviese intentando ocultarlo tampoco. Solo pudo maldecirse ante el infortunio, mas no podía culparla del todo por haberlos metido en aquel embrollo; a final de cuentas, que los metamorfos no pudiesen ser capaces de dejar de lado su bestialidad y cobardía a lo desconocido no era cosa de él y Andy.

Al ver sus manos temblar al sostener las llaves, fue cortés y le ayudó a abrir el portal de su residencia. Ingresaron aún en silencio, como si les hubiesen comido la lengua, sin siquiera sentirse capaz de decir palabra alguna. Las ansias la carcomían y la garganta la sentía seca. Se había rasgado los pantalones y la chaqueta, llevaba tierra por todos lados y hojas de árbol en el pelo. El pelirrojo no iba mejor. La camiseta la llevaba tan rasgada que lucía hecha girones y en la mejilla tenía un rasguño que poco a poco se curaba.

Notar aquello la hizo sentirse agitada de nuevo. Gavril, su amigo, su mejor amigo. Era una creatura, tan fuerte y que tenía pleno conocimiento sobre ella y sobre los seres a los que se enfrentaron. Montones de preguntas se le acribillaron en el cerebro y no pudo formular ni una. ¿Podía siquiera hacerlo? Ella no era nadie para pedirle explicaciones, aunque a final de cuentas, ella tampoco había dicho nada sobre ser un hada.

—¿Qui-quieres algo de beber? —Invitó ella por cortesía, dirigiéndose a la cocina en un intento por huir de verlo. La abrumaba el notarle las heridas que se fueron cerrando por sí mismas, además de que la suciedad y notarlo así de despeinado solo la hacían sentir abrumada.

No estaba preparada para saberlo. Un elemental. Dios santísimo, un elemental.

—¿Hace cuánto que lo sabes? —Indagó él de pronto, confundiéndola por su pregunta tan aleatoria— sobre lo tuyo, lo de ser un hada —explicó al ver su duda, recibiendo el vaso de agua fresca— gracias.

—No es nada —murmuró en voz baja, antes de soltar un suspiro— hace como un mes y medio mi madre me lo dijo. Me ha estado ayudando a desarrollarlo —respondió con falsa tranquilidad. Al menos, el agua fresca le había devuelto un poco el habla y también la movilidad. Se apresuró a hacerse un té de lavanda, con esos toques de magia que causaban serenidad.

Gavril sonrió al escucharla.

—Por la forma en que corriste y nos salvaste parecía que ya llevabas años sabiéndolo —aduló, cosa que la hizo detenerse de su labor.

—¿Tú crees? —Preguntó, en verdad interesada, porque no se sentía así. Aún podía sentir el miedo, la adrenalina, el desespero por no saber qué hacer o cómo hacerlo, apenas consiguiendo hacer algo.

—Es tu primer enfrentamiento y lo manejaste increíble. Yo la primera vez me quedé estático —contó, omitiendo que también había vomitado después del altercado. Andromeda asintió, permaneciendo de pie junto a la isla, mirando a un punto fijo en el material, dándole vueltas a lo ocurrido. Gavril se relamió los labios, sin saber cómo ayudarla. Parecía tan perturbada—. Y-yo... lamento no habértelo dicho.

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora