𝐀 | ⋆.ೃ࿔ Había algo en Forks que lo volvía el lugar ideal para que millones de secretos se ocultaran.
Quizá era la baja población; tal vez era su silencio y los espesos bosques que rodeaban a la pequeña ciudad. A pesar de que existían múltiples teo...
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Cuando Ella Athenas apenas comenzó a divisar Forks mientras conducía a casa, notó con velocidad el ambiente de pesadez que embargaba al condado; a pesar de que era por entero normal una lluvia como la de esa noche, le era sencillo descifrar que no era por causas naturales, lo cual la hizo pisar el acelerador.
Que un olor diferente invadiese su sentido del olfato apenas estacionó frente a su hogar terminó por alterarla. Esnifó un par de veces, para encontrar más información al respecto de aquel peculiar aroma y cuando lo detectó, sus piernas respondieron por inercia, así como cada uno de sus sentidos, buscando alterada a Andromeda. Si le había pasado algo, ¡¿qué iba a hacer?! ¡Se volvería loca si le ocurría algo a su pequeña!
Se empapó mientras abría la puerta y a pesar de dejar un camino de charcos en la alfombra, nada de eso importaba ante el pánico que la carcomió entera, el cual se disipó en un chasquido al encontrarla sentada en su cama.
—Cielo —llamó con suavidad, alivio corriéndole por las venas al fin.
Andy había tenido la peor tarde de su vida, llena de tristeza y de un descontrol terrible que solo le empeoraba la situación ante el creciente desespero por detener la lluvia, lo cual por supuesto no consiguió. Estaba agotada de haber luchado consigo misma por horas para mantener a raya sus emociones y mejorar el clima; masticaba gomitas llenas de helado tratando de generarse algo de dopamina, que el azúcar le ayudase a mejorar su humor, lo que también falló y con sus ojitos caídos y sus hombros bajos, por no mencionar el cabello revuelto y con cientos de nudos, le dieron una apariencia descuidada que pocas veces llegó a tener.
—Volvió —afirmó en voz baja la mayor. La más joven hada asintió con desdén.
Apenas hizo aquel gesto sintió como las lágrimas se colmaron de nuevo en sus párpados. Le resultaba increíble cómo podía actuar su alma, lo mucho que en verdad en ese instante sentía. ¿Cómo era posible que verlo de nuevo fuese a desatarlo todo lo que llevaba dentro? ¿Qué clase de poder tenía como para hacerla reaccionar así con solo un par de minutos juntos?
Solo quería llorar y hacerse bolita en un rincón.
—Lo logré —murmuró entonces, confundiendo a su madre que se adentró con pasos trémulos a la alcoba iluminada solo por la guía de luces navideñas pendiendo de la pared o al menos así fue cuando acabó extendiendo su mano hacia ella, donde una enérgica y radiante esfera de luz dorada iluminó la tenue penumbra, lo que hizo sonreír a Ella— es dorado...
—Como la luz del día —farfulló con dulzura la abogada, antes de mostrar la suya, que era verde lima.
Andromeda dibujó una pequeña sonrisa de agradecimiento, de ternura, con un nudo en la garganta que con velocidad hizo de las suyas. Su madre de inmediato se acomodó a su lado y la rodeó en un abrazo, apretándola contra su pecho mientras lloraba llena de incertidumbre, de desconcierto, de dolor.