E i g h t y s i x

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Cuando niña, solía enfermarse muchísimo estando en Nueva York y eso le había dado varios problemas con los que cargaba en la actualidad. No recordaba mucho de su infancia en aquella ciudad si era honesta, cosa de la que se dio cuenta después de haberse puesto a recapitular un poco.

No recordaba mucho de la escuela, solo un vago recuerdo desagradable del acoso que sufrió por su condición enfermiza; de las discusiones en casa escuchaba los gritos de sus padres, las largas peleas que intentaron ocultarle y de aquellos a los que alguna vez consideró su familia solo tenía destellos de sus malos tratos y sus rechazos.

Era curioso como las memorias de su infancia le eran como un naufragio, perdidas en el inmenso océano de sus pensamientos; resultaba singular aquello considerando que adoraba su ciudad natal y en lugar de querer huir, aún quería volver.

Afortunadamente, entre las pocas cosas que conseguía recordar de cuando era pequeña, se encontraba Forks y las tardes de vacaciones junto a su madre. Esos fragmentos de su vida los llevaba en el corazón, los días de cielos encapotados y brisas frescas, de juegos de té y pasteles mientras oía emocionada los cuentos de Morgana, las leyendas sobre Merlín y aquella poderosa hada, los combates con Arturo y los caballeros de la mesa redonda.

Aún podía ver a mamá frente a ella, juntas, en el medio del espacio despejado, con su sonrisa reluciente de alegría y su risa jovial. Tener aquellas pasadas escenas en conjunto de esos momentos que atravesaron hace meses, en los cuales le enseñaba gustosa de un mundo lleno de magia y de oportunidades, de creaturas y luz, le brindaban melancolía y felicidad.

Hacía poco tiempo que había vuelto al prado en donde solía entrenar con su madre. Se encargó de crear un ambiente especial para ella, uno en donde pudiese brindarle plenitud a su descanso eterno. La tierra plana ahora se encontraba cubierta de frescos y bellísimos tulipanes rosados, los favoritos de su madre y en el centro, había colocado una antorcha, donde su fuego resplandecía con fulgor.

No iba a quedarse sin un lugar en el que pudiese encontrar sosiego cuando la extrañara, ni tampoco su madre se quedaría sin descansar con plenitud que se merecía. Había llorado la primera tarde que fue y también en la segunda; en la tercera consiguió controlarse un poquito más y ahora ya podía estar allí sin que le doliese tanto.

La extrañaba. Santo Dios, la extrañaba tanto. En sus visitas solía quedarse conversando ella sola como si Ella la escuchara, porque parte de su ser le decía que sí lo estaba haciendo, que le prestaba mucha atención. Hizo un resumen de cada cosa que aprendía, de lo que ahora era capaz de hacer y de lo que había visto mientras recreaba los picnics que solían tener, con golosinas, pastelillos y ricas bebidas.

A veces se reía, como si en verdad alguien le hubiese dicho algo gracioso y gracias a eso, su perdida ya no se sentía tan caustica, desgarradora. Era un poco más llevadera y con el tiempo, esperaba que pudiese tocar esa herida y ya no llorar.

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora