E i g h t y o n e

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En un acto de desespero, había tenido que enviar un correo electrónico con urgencia a Martha Simons para que le diese algún encantamiento que le ayudara a insonorizar habitaciones, porque la ausencia de la privacidad comenzaba a volverla loca.

El simple hecho de ni siquiera poder usar el tocador con libertad la había conducido hasta allí; los nervios la carcomían sabiendo que en cualquier lugar de la casa todos la escucharían.

Había estado intentándolo día y noche en su habitación, para poder practicar sin preocupaciones, sin embargo, eso solo le indicó lo urgente que era que lo consiguiera después de que más de uno de los Cullen le preguntara qué estaba haciendo.

Tal vez, no le sería tan preocupante de no ser por el hecho de que la habían escuchado gritar.

Jasper dormía con ella, por supuesto. Él adoraba verla descansar, tenerla acurrucada entre sus brazos y brindarle de ricos arrumacos que incluso la experiencia de dormitar resultaba maravillosa. Su rico olor le daba confort, sus besos suaves le causaban una arritmia deliciosa al hallarse soñando y el frío de su templo rodeándola era un bálsamo delicioso al que tan bien se encontraba acostumbrada.

Sin embargo, poco a poco aquello se fue tornando en algo de lo más extraño, porque sin importar cuan aferrada a él estuviera, las pesadillas la invadían.

El extraño. Aquel hombre de rara apariencia y ojos de iceberg había invadido sus pensamientos con la misma violencia que la de un huracán. Podía tornar todo ese mundo de dulce inconsciencia en un verdadero escenario de terror solo con su presencia, permaneciendo quieto, mirándola con un intenso escrudiñar que la hacía estremecerse.

Se había removido entre los brazos de Jazz en más de una ocasión y lo sabía porque él le había preguntado cada mañana cuando podían encontrar un breve momento de intimidad si acaso algo le causaba preocupación; su respuesta era la misma: claro que algo le preocupaba.

El peligro ante la incertidumbre por el embarazo de Bella y la amenaza de la manada de metamorfos; el tener que estudiar mañana, tarde y noche cualquier leyenda posible sobre niños inmortales; practicar encantamientos y hacer cientos de infusiones que quedaban reducidas a nada... sí, sí que se hallaba preocupada.

Pero la gota que derramó el vaso fue cuando el sueño se volvió tan real, que gritó aterrada entre los brazos de Jasper, luchando para liberarse del terrorífico escenario carmín.

—¡Andromeda, Andromeda! —Jazz llamó asustado, sin saber cómo ayudarla para aliviar esos terribles temores que la acongojaban y que él no comprendía.

Al día siguiente, más de uno le preguntó más de una vez si había algo que quisiera decirles y fue la cúspide para entender, que necesitaba privacidad, ya.

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora