S e v e n t y

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No era ninguna mentira que a Andromeda jamás le gustó su casa. Era demasiado grande y desde el primer día le había parecido fría y lejana. Con el paso de los años que estuvieron viviendo allí ella y su madre, los contratistas habían ido y venido para restaurar la fachada y cambiar algunas cosas para que se sintiese más como un hogar, cosa que jamás pasó.

Pero al menos se sentía más confortada gracias a la presencia de su madre. Era ocasional, sin embargo, cuando estaba allí con ella, hacía que las cosas se volvieran tan plenas y que se sintiese tan feliz que ahora con su ausencia volvía las cosas muy difíciles de sobrellevar. La extrañó por montones cuando entró y una partecita de sí esperó verla en la sala; apostaba a que estaría viendo alguna película con Jason Statham de protagonista, con algún bowl repleto de pop corn y helado favorito de mango.

El corazón le daba un vuelco en el pecho cuando recordaba que al final del día, mamá no iba a volver y que no importase cuanto esperara, no lo haría.

Cuando recién la noticia sobre el fallecimiento de la mayor de las Athenas se esparció por todo el condado, Andromeda ni siquiera se encontraba en casa. La menor de la familia pasó dos semanas inconsciente a mitad del bosque estando en constante cuidado de los singulares Cullen.

Francine Reecee, la tía de Gavril, intentó hacer una especie de tónicos que aprendió hace casi un siglo de algunas amigas hadas; aquellos brebajes jamás consiguieron resultar efecto a causa de la ausencia de esos toques que solo creaturas como la jovencita podrían colocar, por lo que, solo tuvieron que esperar.

A pesar de cada intento que Carlisle hizo, sin importar cuanto intentaron investigar sobre ella y su gente en cuentos y leyendas, no bastó. Aguardaron con dolor por verla en ese estado vegetal, viendo su luz titilar, ese destello de vida que ella desprendía se apagaba y se encendía, igual a las estrellas llegando a su fin.

Para que nadie en el condado se preocupara, habían dicho gracias a los Reecee que Andy permanecía en los confines de la residencia Cullen recibiendo consuelo, tratando de asimilar el luto por su reciente perdida, por lo cual dejarían que ella tomara la decisión de ver a alguien más cuando estuviese lista.

El hecho de saber la tragedia ocurrida con las Athenas había colocado una tristeza en los habitantes de Forks. Ambas eran vivaces y se les recordaba como un dúo lleno de alegría y amabilidad, con esa excentricidad que a todos les encantaba y los hacía sonreír; allí cada habitante se conocía y con aquella desventurada información, fue para el pueblo como perder a alguien cercano, en verdad, muy cercano.

Apenas se supo que Andromeda estaba de vuelta y lo suficientemente envalentonada para recibir a alguien, sus amigos, siendo como siempre los mejores y los más increíbles del mundo estuvieron yendo a verla del diario, brindándole apoyo incondicional.

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora