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Los sueños, eran el lugar más placentero que Andromeda visitaba en todo el día. En ellos, podía ser quien ella quisiera, solo una chica, sin temores, sin sentimientos de soledad que la acongojasen y últimamente, se hallaba tan bien acompañada que bien podría dormir las veinticuatro horas solo para estar al lado de aquel chico.

Pero esa noche, el paraíso donde tanto confort y alegría encontraba, se había oscurecido.

Ella, bañada en sangre. Un par de ojos carmín mirándola. Nieve teñida en rojo. Y su vida yéndose poco a poco de su cuerpo.

Se despertó pegando un brinquito, con el corazón sintiéndose galopar con una velocidad atroz dentro de su pecho. Cada músculo lo sintió engarrotado y debido al dolor de verse así misma quedándose sin vida, llevaba la cara humedecida de pequeñas lágrimas. Los párpados le pesaban como cortinas metálicas y de pronto la penumbra de su cuarto la hizo sentirse aterrada.

Le generó miedo la idea de bajar a mitad de la noche por algo de agua y tampoco quería moverse, sintiendo que de hacerlo llamaría la atención de algún monstruo oculto entre las sombras. Después de un sueño tan real como ese, sentía miedo de que incluso su pecho al respirar la delatara, que alguno de sus músculos le jugase en contra. Reguló todo en sí misma para que no se percibiera ningún pequeño gesto de su parte, sin importar cuan minúsculo pudiese llegar a ser.

Volvió a recostarse, estirando su edredón hasta encima de su cabeza, dejando que la suavidad de la tela y sus almohadas esponjosas la hicieran retomar su sueño, pero después de haber tenido una pesadilla así, dudó de conseguirlo.

Cuando sonó su alarma, quiso agarrarla a golpes con un mazo, sin embargo, eso era demasiado violento y ella iba en contra de actos así, incluso cuando le gustaba oír los cuentos de su madre que en su mayoría eran de guerras.

Hablando de su madre, Ella se encontraba preparando la comida que dejaría lista para la tarde cuando volviese de la escuela. En las últimas semanas solía dejarle cocinado todo y así ella solo llegaba a recalentar. La saludó al entrar a la cocina dándole un beso en la mejilla antes de servirse algo de jugo fresco. Adoraba a su madre; siempre se encargaba de consentirla y ayudarla en la medida de la posible, cosa que agradecía a sobre manera, ya que entendía por completo la situación en que ambas vivían.

De grande quería ser como ella, igual de fuerte y hermosa, con esa feroz inteligencia que no se compadecía de nadie si no se lo merecía, con la capacidad para manejar su amor a su única hija y su demandante empleo.

—Voy a aprender a cocinar, ma', lo prometo —dijo de la nada, con una vivaracha sonrisa cruzándose en su rostro. La aludida se rio, curiosa.

—¿Y ahora a qué se debe la iniciativa? —Preguntó, en tanto sus manos colocaban con alcurnia una pieza de pollo en un trasto. Iba perfecta de pies a cabeza, lista para un día más de largos viajes y pesado trabajo.

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora