T h r e e

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Para Jasper, aguardar a por solo una materia más de aquella extensa jornada estudiantil lucía como una tortura. No se sentía con la capacidad para soportar otros cincuenta minutos sentado rodeado de tantos adolescentes extasiados, con la sangre fluyendo ardiente por sus venas, despejando sus yugulares sin querer como si se burlasen de su condición y poca capacidad para contenerse.

Apretó los puños, diciéndose que al fin podría ir a descansar a casa. Solo aguardaba Literatura. No recordaba que fuese a ser tan insoportable el resistir el tumulto de gente rodeándolo. El perfume de la sangre le asfixiaba y sabía que de no ser porque eso solo empeoraría la situación, bien pudo haber pensado en cada alumno como una bolsa de alimento andante.

Bon Apetite.

Andromeda avanzó bajando el volumen de la música sonando en sus auriculares, imaginándose así misma arrojando sus tacones a donde cayeran apenas pasara el umbral, cansada por lo enérgico que le había parecido ese primer día de clases. Planeaba quitarse ese bonito conjunto para enfundarse en su tibio y suave pijama para terminar distrayéndose ya fuera con caricaturas, un libro o quizá uno de sus blancuzcos lienzos que aguardaban a ser usados; la tarde le resultaba prometedora.

Al querer ingresar al aula asignada, cierto rubio también lo intentó. El muchacho apretó la mandíbula, sorprendido por su presencia, mientras que ella no se pudo dar cuenta de ello al retroceder apenada, sonriendo con amabilidad.

Él sonrió, notándola no saber qué hacer, así que caballeroso, en un pomposo gesto permitió que entrara primero. Dios, bien podría olvidarse de todo lo que tuvo que soportar en la mañana solo por esa neoyorquina. Ella soltó una risita juguetona por la reverencia, creyendo que era bastante simpático... y muy alto.

—Gracias —masculló mirándole de soslayo encima de su hombro, ansiosa por al fin concluir ese día.

—No hay de qué —respondió abrumado, deseoso de que le mirara mucho más, que se detuviera un instante a prestarle algo de atención. ¿Por qué no lo había hecho ya? De igual forma, ¿por qué quería que lo hiciera?

«Mírame, mírame, mírame» rogaba en su mente, impaciente y esperanzado, urgido por ver sus ojos y comprobar si acaso era a quién tanto había estado esperando.

Alice había dicho que era ella.

Carajo, debía comportarse, ¿por qué no podía hacerlo?

—Jasper Hale y Andromeda Athenas, ¿cierto? —Investigó el profesor al observarlos a ambos. Los susodichos asintieron, tendiéndoles las notas a firmar—. Ya no tengo más parejas disponibles así que deberán ir juntos. Suelo hacer recurrentemente trabajos en equipo así que... llévense bien.

Andromeda sonrió entusiasmada y asintió, encaminándose a paso ligero a la mesa desocupada junto a la ventana, donde el cielo encapotado anunciaba una nueva llovizna. El rubio la siguió de cerca, con curiosidad acrecentándose conforme avanzó por el lugar. Era extraño. La tortura desagradable de la sed al sentir el perfume en la sangre de cada alumno pareció detenerse; seguía corriendo aquel líquido en las venas de ellos, así que le resultó imposible no arrugar el entrecejo confundido por no notarle el aroma a ninguno, mucho menos de ella, que esperaba que le atrajese tanto que fuese insoportable el no querer lanzársele encima a drenar cada gota de esa ambrosía rojiza.

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora