𝐀 | ⋆.ೃ࿔ Había algo en Forks que lo volvía el lugar ideal para que millones de secretos se ocultaran.
Quizá era la baja población; tal vez era su silencio y los espesos bosques que rodeaban a la pequeña ciudad. A pesar de que existían múltiples teo...
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Hacía un tiempo que había dejado de dibujar. Solía hacerlo en ocasiones, para continuar practicando y no perder habilidad; de hecho, incluso en esos bocetos que hacía en ocasiones notó que mejoró su técnica, parecía que su visión de la perspectiva se perfeccionó y Jasper juraba que era más talentosa de lo que ya era, lo que la motivaba a intentar retomarlo.
Sin embargo, comprendió con el paso de cada dibujo por qué dejó de lado poco a poco ese pasatiempo que a ella tanto le gustaba.
Era una figura que lograba colarse en cada una de sus creaciones, alguien a quien no conseguía identificar del todo y que se escondía en inconscientemente en las líneas de carboncillo. Por más que intentaba darle forma no lo conseguía, al menos no como esa tarde, en que colocó toda su atención en intentar retratarlo.
El rostro que se fue generando le parecía de lo más curioso. Poseía los labios rellenos, con los ojos profundos y una nariz afilada, las cejas pobladas y la mirada gélida. Quien estaba allí resultaba para ella, la representación exacta de sus pesadillas.
Lo había visto antes, pero ¿en dónde?
Cuando escuchó los pasos de Jasper acercándose prefirió dejar aquello de lado. Podría continuar analizándolo después, cuando pudiese encontrar un poco más de respuestas a ese enigma que representaba ese rostro. Los ojos del desconocido la miraban de una manera que la hacía estremecerse, incluso siendo solo el reflejo de ello.
Poseía una malicia perturbadora, con los labios curvados en una malévola sonrisa y manos de dedos largos y curvados, dígitos de pianista, ágiles y poderosos, dispuestos a arrancar carne.
—¿Qué haces? —Indagó Jasper ingresando a la alcoba.
Ella cerró el cuaderno con una sonrisa, sin brindarle demasiada importancia para proceder a bajar el volumen del televisor, donde el Club Winx terminaba para darle entrada a Bob Esponja. No tenía ni idea de quien programó el horario de Nickelodeon, pero le venía de maravilla.
Le parecía curioso como el mundo había retratado a las hadas como en esa caricatura que tanto le gustaba. No distaba mucho de la realidad —lo cual era también bastante extraño— pero al mismo tiempo, tenía tantas cosas fantasiosas que ahora le parecían bastante ingenuas.
De todas formas, le gustaba soñar que en algún momento podría gritar: «magic winx» y terminaría con un glamuroso vestuario brillante que estaría a juego de sus alas.
—Dibujaba —respondió haciéndole espacio en el colchón.
¿Quién lo diría? A Jazz antes le costaba trabajo acomodarse a su lado por entero desacostumbrado a un acolchado y ahora, era él quien la invitaba a hacerlo cuando se le apetecía, como en ese instante en el que tomó su mano y tiró de ella para que se acercara.