𝐀 | ⋆.ೃ࿔ Había algo en Forks que lo volvía el lugar ideal para que millones de secretos se ocultaran.
Quizá era la baja población; tal vez era su silencio y los espesos bosques que rodeaban a la pequeña ciudad. A pesar de que existían múltiples teo...
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No había dormido con tanta placidez en tanto tiempo. Se halló cómoda en su lugar, acurrucada en sus brazos bajo la tibieza de la ropa de cama, solo soñando con sus formas, con las magníficas sensaciones que aún continuaban adormeciéndole el cuerpo incluso en la inconsciencia.
Jasper no iba a mentir, ver a Andromeda dormir era uno de sus pasatiempos favoritos. Le encantaba verla en su lecho, con plenitud y esa melosa sonrisa de placidez, sin embargo, jamás hubiese imaginado que sería muchísimo mejor el verla descansar completamente desnuda junto a él, con esa misma expresión maravillosa de paz.
Se propuso a descubrirle la piel, a recorrerle cada uno de esos lunares que le recubrían su dermis de terciopelo. Le acarició la espalda con suavidad, embobado con aquel lienzo suave, sin perder detalle de su nariz arrugándose por el cosquilleo, con el pelo enmarañado a causa de sus pasiones. Sonrió igual a un tonto, tan embelesado que si ella lo viese habría lanzado uno de esos comentarios juguetones a los que le habría confirmado todo con gusto, orgulloso de amarla como lo hacía.
¿Era posible? ¿En verdad no se encontraba soñando? ¿Cómo podía ser ella real?
La piel blanca se erizó bajo su tacto y la jovencita emitió un delicioso gimoteo como preludio a su despertar. Se removió inquieta y atontada por unos instantes, serena y con una sensación enriquecedora en ella, algo de lo más rico que se le antojaba a sentir cada mañana. Al hallarse adormecida, no se dio cuenta de la forma en que él no perdió detalle alguno de ella, admirando su carita hinchada que buscaba adormilada la respuesta a la cuestión de en dónde se encontraba.
Olía muy bien al perfume de Jasper, a té de manzanilla y un almizcle peculiar que se le antojo excitante.
Entonces cuando al fin fue capaz de recapacitar, consiguió enfocarlo y sonrió porque él lo hacía. Sus orbes dorados la miraban con una ternura abrumadora que la hizo solo echarse a reír, agotada todavía y con corriente eléctrica diferente causándole estragos a su sistema; era mucho más enriquecedora, como una descarga de adrenalina suave que causaba estragos sosegados.
—Buenos días —saludó aletargada, antes de bostezar.
—Tardes en realidad —corrigió divertido. La castaña soltó una ligera risita, aferrando el edredón roto a su pecho.
Estaba tan dormida, que no había notado todavía el desastre que causaron por la noche.
—Estaba cansada —excusó juguetona, sin deseos de levantarse de su posición, aunque él le parecía que se hallaba muy lejos, a pesar de que en realidad solo había pocos centímetros de distancia entre los dos.
—Ya veo —insinuó con una picante picardía, de esa sugerente que la tomó por sorpresa.
—Pervertido —bromeó, sintiendo su rostro enrojecer. Por supuesto que recordaba cada cosita con claridad, era imposible olvidarse de algo así; esas cosas se llevaban tatuadas en el alma, era la clase de memorias que atesoraría toda su vida—. No tengo ganas de levantarme...