F o u r t y f i v e

14.2K 1.6K 304
                                    

≫ ─────── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ─────── ≪

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

≫ ─────── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ─────── ≪

No había nada más difícil para Ella Athenas, que contarle a su hija su historia. Eran los secretos que había mantenido bajo llave por siglos, memorias que mantuvo para sí misma durante décadas, contando breves momentos a otros, a aquellos que pasaron su vida de manera muy efímera; sin embargo, Andromeda era por entero una historia diferente. Era su adoración y su más grande proeza y ella sabía bien que hizo cosas cuestionables por mantenerse a sí y a su gente a salvo.

Andy era la persona más comprensiva del mundo. No renegó nada. Escuchó atenta cada historia y vio la mortificación de su madre por las vidas que arrebató. Eso le generaba escalofríos, porque significaba que, en algún momento, debería hacerlo para proteger a otros.

El tan solo imaginarse cometiendo esos actos, la hacía estremecerse de angustia.

Cuando a Ella la comenzaron a entrenar, como heredera de Morgana y del clan que en ese entonces estaba bajo el mando de su madre Beatriz, se le había exigido con creces. Ella había liberado sus dones tras haber sido atacados por brujas, cuando en un intento por protegerse siendo apenas una niña de cinco años, una bruma verde lima se generó en sus dedos, encargándose de quienes querían hacerle daño.

A partir de ello, su madre en conjunto de su tía Silver, impartieron una dura y ardua labor que la colocó al límite, algo de lo cual se sentía muy orgullosa de haber podido superar. Había funcionado con ella y funcionó con las demás pocas hadas que llegaron con el paso de los años.

Así que ahora, le resultaba por completo diferente y nuevo que con Andromeda tuviese que ser pasible para conseguir ayudarla, sin embargo, era un soplo de aire fresco, era tan nuevo y armónico que le enviaba una especie de energía novedosa que le parecía fenomenal.

Tras comer, le indicó a la menor que se adelantara para responder algunos asuntos pendientes del trabajo, a lo que la aludida asintió con una sonrisa; tal vez, si se hubiese quedado un instante más, se habría dado cuenta de la preocupación que su madre cargaba.

Dejando que el aire frío de Forks acariciara su suave piel blanca, aguardó sentada sobre la hierba verde y brillante de su patio trasero. Ese día la sensación térmica se sentía esplendida y pequeños rayos de sol se filtraban entre las nubes, tan débiles pero cálidos, que se sentían de maravilla al alcanzarle la dermis.

Después de un rato, pequeñas flores blancas brotaron a su alrededor e incluso, de las plantas que embellecían su jardín pequeños capullos comenzaron a nacer. Sonrió apenada y embobada con la forma en que la naturaleza respondía. Solía pasarle cuando se hallaba en total serenidad, como cuando leía, pintaba o escuchaba música. Apostaba a que podría hacer que todo estuviese repleto de florecillas y más de solo despistarse un instante más.

Echó un suspiro. El día se le antojaba sereno. Tal vez fue por ese té de lavanda que su madre le dio antes de la comida. Ahora ya sabía lo que era realmente y los valores que poseía. Había estado aprendiendo a elaborarlo, así como otras clases de tónicos, brebajes y remedios. Aún le parecía de lo más extraño merodear por el bosque buscando raras hierbas, musgos y raíces, mas no tanto como escuchar todos los nutrientes y capacidades que podría darle a las hadas o mortales, curación, debilidad, venenos... potenciado con magia.

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora