F o u r t y n i n e

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Su jardín era el espacio más especial que poseía en su hogar. No tenía ninguna sola duda respecto a ello.

La sensación de plenitud que allí encontraba era tan inmensa que podría pasarse todo el día recostada en el pasto solo conversando con las plantas, escuchándolas cantar, murmurar esas cosas curiosas que poco a poco les entendía. Además, con sus dones nuevos, le brindaba más cuidado y vitalidad a cada vegetal que la acompañaba, mejoraba ese rinconcito con creces.

Adoraba a sus plantas, a los árboles. Eran las únicas amigas que tenía en momentos como ese, en los que estaba en completa soledad.

Era un buen día, lo cual agradeció en su interior. Siempre le había causado una especie de ansiedad el quedarse ella sola con su alma, buscando desesperada maneras de mantenerse ocupada para no pensarlo. En ese momento no lo necesitó y, además, que su querido jardín la acompañase en el silencio le brindó serenidad para solo dejarse ser.

Por eso, cuando notó que un diente de león se generó frente a ella, le causó una curiosa sensación en el cuerpo, entre la risa y la desesperación, como si el destino le estuviese jugando en contra, porque, no iba a mentirles, tenía tantas ganas de pedir cierto deseo que el hecho de que esa plantita creciera era fascinante.

Cuando era niña, era muy difícil encontrarlos en Nueva York y a pesar de que sus deseos por ser una simple persona normal, sin enfermedades, con amigos y tranquilidad en casa, esperando a que sus padres estuviesen con ella y compartiesen más... ninguno de sus deseos se cumplió del todo.

Tal vez, con algo de fe, en ese momento funcionaría. Con más seguridad de la que en realidad sentía, arrancó con cuidado la hierba. La miró con atención, cuestionándose si lo que hacía era correcto, si era una falta a su integridad, pero lo anhelaba y quizá... si lo deseaba con todo su corazón ocurriría.

«Que vuelva» pensó con los ojos cerrados, antes de soplar con fuerza.

Esperó con paciencia, apretando el tallo del diente de león entre sus dedos, con sus párpados aún juntos, suplicando que al abrirlos él estuviera allí.

Debía ser sincera, si se volvía realidad, seguramente lo primero que haría sería gritarle todo el dolor que le causó su partida, sus decisiones, tal vez lo golpearía y después se marcharía enfadada con él, por ser un idiota, pero al menos conseguiría satisfacer su necesidad de verlo una vez más.

Era una total muestra de masoquismo.

Soltó un suspiro, animándose a abrir los ojos. Admiró el jardín a su alrededor. Incluso se levantó y acercó al bosque, pensando en que quizá estaría ocultó entre los árboles, viéndola oculto en el follaje de las plantas, mas no era así.

Probablemente, su madre por primera vez se había equivocado y todo eso sobre estar... destinados, era un error.

Le dolió el pensar en que se dejó llevar por emociones de adolescentes y lo mejor que podía hacer ahora, era seguir con su plan inicial: superarlo y seguir adelante... sola.

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora