E i g h t y t h r e e

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El pánico le carcomió en las entrañas. Le sacudió el cuerpo en conjunto de la adrenalina, la que le corrió veloz por las venas, impidiéndole pensar con claridad. El sudor comenzó a humedecerle la frente, la cual se limpió con el dorso de la mano mientras se apresuraba a tomar una serie de artículos quirúrgicos que desconocía de los cajones.

El sonido metálico le perturbó en los oídos cuando los arrojó con descuido al carrito médico; así mismo, tomó los que Rosalie le pasó inquieta y con la misma falta de cuidado debido a los inmensos nervios que la invadían los colocó junto al resto. Notó a Rose moverse con agilidad, sus manos frías yendo y viniendo con precisión.

Se tuvo que tomar un respiro, diciéndose que debía controlarse, porque todos lo necesitaban. Debía mantenerse estable para poder ser de ayuda si no, solo terminaría empeorando las cosas. La blonda la miró a los ojos y lo único que pudo encontrar, fue tanta angustia que solo terminó sintiéndose peor.

—Rosalie, pasa la morfina —indicó Edward ansioso.

Las manos le temblaban con creces, delatándola asustada e inquieta. La aludida le tendió una jeringa con lo indicado al cobrizo, quien se apresuró en su actuar. Andromeda acarició la frente de Bella antes de colocar su mano sobre ella y conservando la serenidad, le brindó de su energía y de sus dones de curación para ayudar a sedarla, sin embargo, todo lo que le compartía, lo consumía con velocidad el bebé, impidiendo que cualquier ayuda afectara en la mortal.

—Carlisle dice que la placenta se ha desprendido —dijo Alice alterada con teléfono en la mano. Habían llamado al doctor Cullen esperando a que volviese de inmediato, pero estaba a mitad de la cacería y además de que era sumamente difícil regresar con los lobos allí afuera persiguiéndolos—. Vendrá lo más rápido que pueda.

—Nosotros lo haremos —replicó agitada Rosalie, firme pero aterrada.

—Ya no hay tiempo —masculló Andromeda, tomando uno de los cuchillos quirúrgicos que no tenía ni idea de para que servía, así que se lo entregó, instándola a que ejerciera su profesión.

—Dejen que haga efecto la morfina —detuvo Edward sosteniendo la mano de la rubia que ya se encaminaba a hacer el corte debido.

Los gritos de Bella resonaron por encima de todo el lugar, desgarrándose la garganta ante cada quejido catastrófico que le surgió desde el fondo de sus entrañas. Athenas la miró atónita, viéndola sacudirse en su lugar, retorciéndose de un dolor que le compartió. De pronto, los demás habían desaparecido y los ojos se le empañaron de lágrimas de miedo ante la imagen terrorífica que presenciaba.

—¡Ya no hay tiempo, se está muriendo! —Exclamó la rubia de fondo, tan preocupada y asustada por el bienestar de la mortal que cuando alcanzó a distinguir eso, solo se pudo sentir peor.

𝐀𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞𝐝𝐚 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora