𝐀 | ⋆.ೃ࿔ Había algo en Forks que lo volvía el lugar ideal para que millones de secretos se ocultaran.
Quizá era la baja población; tal vez era su silencio y los espesos bosques que rodeaban a la pequeña ciudad. A pesar de que existían múltiples teo...
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Jamás en toda su inmortal existencia, contener la sed fue tan difícil. El apabullante dolor en la garganta le quemó con brutalidad, como si una vivaz y eterna hoguera residiese allí, sin intenciones de marcharse jamás, ardiendo al igual a tener su infierno personal dentro del cuello. La ponzoña la llevaba en las papilas gustativas, tentando, ansiando a beber de la sangre de la joven hada con el corazón destrozado.
Por el resto del día, fue un reto el estar cerca de ella al tener que contener ese agonizante dolor que quemaba de forma horripilante, tanto que superaba incluso lo que el poder de mil Tuas Cantantes podían causar. La tenía cerca y tan vulnerable, la idea de hacerle daño lo torturó con creces, sin embargo, consiguió llevar a Andromeda a casa, dónde apenas ingresó logró relajarse, como si una especie de aura estuviese allí.
No estaba tranquila del todo por supuesto; seguía sollozando aún en esas cuatro paredes y la sensación que no comprendía continuaba atormentándola en el pecho, pero al menos fue suficiente para lograr volver a levantar todas esas murallas que la protegían de las creaturas que pudiesen llegar a hacerle daño.
El olor de su sangre dejó de llegarle a Jasper, lo cual le resultó un alivio. Quería agradecer aquello, mas no era el momento, así que solo se limitó a conducirla a su alcoba con suavidad.
Cuidarla fue una proeza. Parecía perdida en un mundo lejano, con sus orbes desenfocados, hipando cada tanto mientras el llanto continuaba corriéndole por el rostro de manera silenciosa. Tiró de su menuda figura en la cama, atormentado con verla en ese estado. La mantuvo entre sus brazos, apegada a su pecho, su cuerpecito arropado por el suyo, consolándola con suaves arrumacos, acompañándola en su dolor, sintiendo como no paraba de sollozar, humedeciendo su camisa con sus dolorosas lágrimas.
Hubo pequeños lapsos de tiempo en los que notó que se quedaba quieta, lo que lo hizo pensar que dormía, pero no era eso, sino solo que dejaba de pensar las cosas y se tranquilizaba, agotada, al menos antes de recordar el motivo de su luto y volver a llorar.
El que llorase así era algo que no creyó que vería alguna vez. Su vitalidad fue robada con violencia y aunque no sabía lo que ocurría, se dio a la idea cuando en la casa no hubo rastro alguno de Ella Athenas.
No podía hacer nada para aliviar o al menos apaciguar el dolor, pero tampoco evitaría que lo sintiese. Si era necesario, dejaría que llorara todo lo que ella quisiera; no interrumpiría su desdicha, dejaría que lo sintiera y que lo liberara sin importar nada, aun cuando le destrozara ver su alma rota.
Pasaron las horas, la noche llegó, con ese suave murmullo del exterior arrullándola, el viento buscando saber sobre ella, el bosque llamándola para consolarla. El cansancio la derrumbaba junto a lo ocurrido. El hecho de exponer su magia de la forma en que lo hizo, las emociones, el llanto involucrado, así como la necesidad por escuchar a su madre llegar a casa, corriendo preocupada a verla, la habían cansado a sobremanera.