Mi respiración estaba agitada.
Mi pecho subía y bajaba diferente a lo habitual.
Y es que todo con él era diferente a lo habitual.
Por tres semanas consecutivas él no hizo el menor intento por tocarme, ni por realizar ninguna actividad del tipo sexual, por tres semanas él solo me citó en este lugar para charlar sobre mi pasado, sobre nuestros gustos y para realizar diferentes juegos que no tenían nada que ver con una relación sumisa/ dominante.
En este tiempo he ido acostumbrándome a su voz, a la cadencia de sus pasos y a la idea constante de tener sus ojos en mí, observando y estudiandome.
Tres semanas en las que no pude tocar ni por equivocación un solo centímetro de su piel.
Nunca me había matado tanto la idea de la abstinencia en mi vida hasta este momento.
Soñaba con él, con su voz, con sus palabras y con la breve imagen de él que tenía en mi cabeza. Fantaseaba con tocarlo, con llevar mis brazos alrededor de algo que de pronto me parecía imposible volver de mi propiedad.
Lo sentía en todas partes y lo anhelaba con una fuerza tan arrolladora que era consciente de que se había convertido en mi nueva obsesión.
Lo necesitaba.
Lo quería desesperadamente como un león privado de carne para subsistir.
La semana pasada canceló la reunión.
Y está vez... estaba de rodillas en el suelo temblando de la necesidad después de que él me dijera que tendríamos nuestra primera sesión.
No dudé ni por un instante cuando me guió a una habitación y me encontré un vestido negro de seda extendido sobre la cama con delgados cordones que sujetarían la tela a mi cuerpo y con ropa interior delgada y sugerente que me hacían crear nuevas expectativas sobre esta noche.
Conocía la posición que debía tener, así que me puse sobre mis rodillas cuando me lo sugirió y levanté mis palmas hacía arriba, bajando mi barbilla hacía el suelo.
En mi cabeza no estaba la idea de que era una orgullosa princesa a la que mi hermano había enseñado a nunca retroceder.
No.
Era una necesidad que no comprendía del todo, pero que era real.
¿Esta era mi verdadera yo?
Y eso lo comprendí una vez descubrí el enorme alivio que me supuso ponerme de rodillas frente a alguien en quien podía poner mi completa confianza, mi seguridad y todo lo que me importaba.
No tenía idea de quién era él, pero las últimas semanas me habían hecho entender la naturaleza de mis deseos más profundos.
Mi necesidad de sentirme a salvo en mi posición más vulnerable.
—¿Cómo te sientes, Andras? — Él me preguntó.
Separé mis labios.
Emocionada.
Excitada.
Atemorizada.
—Bien.— Dije con la mayor tranquilidad que pude.— Mi señor.
Lo escuché sonreír.
—Buena chica.— Él dijo y sentí la tela de su guante en mis labios.— Respira hondo.
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Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)
RomanceLe habían dicho a la reina Ostergaard que la soñaron en una isla en medio de una elección entre un tiburón y un ave, pero, ¡No pensó que sería literal en una isla! Milenka Ahmad había elegido a Erik Ostergaard después de que las cosas salieran muy m...