Especial: ¿Pasaste una agradable velada?

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Ginevra Romano

— ¿Qué estás haciendo? — Me incliné más cerca de él. Sus dedos se estaban resbalando por las hojas una y otras vez hasta cansarlas.

Hice un puchero y tomé su mano cuando no me respondió.

— Te pregunté qué haces.— Le recordé cuando sus ojos me vieron y luego su ceño se frunció para ver mi mano sobre la suya. No había soltado la hoja y la había arrancado. ¿Por qué no la dejó ir? Que cruel era.

— No me toques.— Él dijo, jalando su mano hacía atrás, pero lo retuve.

—Tu puedes decir eso, pero la hoja no.— La señalé.— No me toques.— Lo estrujé entre mis manos.— No me toques, no me toques, ¿Crees que la hoja no pensó en eso?

— ¿Por qué pensaría? — Él preguntó.

— Mamá dice que las plantas están vivas.— Le dije.— Y lo que está vivo, siente.— Lo volví a estrujar entre mis manos.— Así, ¿Ves?

Él miró de nuevo su mano atrapada entre las mías.

—... mal.— Dijo con voz tan baja que me incliné a él.

— ¿Qué dijiste?

— ¡Que me sueltes! — Me empujó. Caí sobre mi trasero y dolió tanto que mis ojos se llenaron de agua y los de Conrad me miraron en pánico antes de darse la vuelta e irse, dejándome tirada en el suelo.

— ¡Te odio! — Le grité con resentimiento, pero él no se dio la vuelta.

***

Si había algo que odiara más que estar metida en los asuntos turbios de mi familia, eso era estar involucrada en galas de alta gama. No había nada más odioso y falso que la alta sociedad en cualquier parte del mundo, dónde cualquier palabra o gesto podía ser un boleto seguro a la perdición.

Sujeté la tela de mi vestido sobre la falda para caminar con más libertad sin el temor de tropezar y me abrí paso entre las telas de seda, terciopelo y satén en diferentes diseños sobre los cuerpos delgados de las señoritas y los más notorios y exuberantes de las mujeres casadas.

Los pilares lisos del gran salón se erguían espléndidos en su arquitectura romántica, el suelo de un patrón recientemente renovado con patrones sobre flores negras en un fondo dorado oscuro que hacía parecer al que estuviera en el lugar una imagen del desierto de las mejores impresiones de Thurkalij parecían adherirse como una presencia inamovible en el palacio. Una muestra sobre quién era la reina del lugar y de dónde procedía.

Tenía entendido que Erik Ostergaard fue quien tuvo la idea de remodelar muchos lugares del palacio al gusto de su esposa para que se sintiera como en casa. Era algo tan dulce, así como la obviedad de los sentimientos del rey de Dimark por su reina.

La vida en palacio había sido bastante aburrida en los últimos tiempos y aún más desde que el príncipe Enoch se la pasaba en distintos lugares para cubrir los itinerarios de su hermano, por los que buscarlo en su habitación había sido algo indiscutible.

Hasta ahora.

Estaba segura de que hoy debía descansar en ella después del baile. Así que a pesar de lo poco que me agradaban los ambientes como este, no podía más que permanecer feliz con la expectativa del final de la velada.

Tomé una copa de vino espumoso cuando un mesero pasó a mi lado y le di un buen sorbo, pensando en lo que debería decir al entrar y las excusas que podría poner.

¿Tal vez fingir ebriedad?

¿Decir que me perdí?

Sonreí.

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora