Capítulo 29: Labios rojos.

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Después de que llegaran las ocho de la noche y tanto Aasiya como yo terminamos de cenar, nos despedimos. Ella para subir a prepararse a dormir y yo para continuar con mi trabajo en la biblioteca. Me concentré tanto en volver a ponerme al corriente con mi trabajo y en mis pensamientos sobre el matrimonio de Aren que se me olvidó ir con Eidween.

A las once de la noche fue cuando la idea penetró en mi cabeza y me puse de pie con una expresión de culpa por no haberlo pensado antes y luego me dirigí hasta su habitación que estaba a tres puertas de la mía y dos de la de Aren.

Una orden suya desde su nacimiento. Así cómo la prohibición de que me quedara en la habitación principal que había compartido con Erik desde nuestro matrimonio. Eso porque mi estado anímico se alteraba considerablemente cada que permanecía en la habitación y me era difícil dejar de llorar. Hacía tres años, después de haberme robado la tarjeta marítima del país para escapar, Aren me castigó quitándome los uniformes de Erik.

Aren encontró en mis recuerdos de Erik una manera de hacerme saber que era capaz de tomar el control de mis debilidades y lograr que comprendiera hasta qué punto era capaz de llegar para que dejara de pelear contra él y sus decisiones.

Era su sistema de premio y castigo más perfecto.

Al principio me había vuelto loca y lo maldije hasta quedar ronca, el odio que sentía por él se había concentrado a tal punto que soñaba todas las noches con verlo muerto y lo satisfecha que eso me haría sentir. Sin embargo, después de algunas veces comencé a resignarme y a restarle importancia a las cosas de Erik. Tener o no sus recuerdos no me harían extrañarlo más ni menos y aferrarme a tela tampoco me lo devolvería. Una vez entendí eso, Aren me lo devolvió todo y de alguna manera nuestra relación, aunque tensa, se volvió mucho más soportable en el día a día.

Llegué a la habitación de Eiddween y abrí la puerta con cuidado para no hacer algún ruido que pudiera despertarla, la luz del pasillo se extendió hasta la cama y me quedé quieta con la mano en la madera y otra en mi bastón.

Eidween estaba usando una pijama de ositos de color rosa, su cabello negro se esparcia por las sabanas color menta. Ella se encontraba escondiendo su rostro, doblada como un pequeño camarón con una de sus pequeñas manitas a la vista aferrada a la camisa de Aren en un puño y el la rodeaba con un brazo rodeando su espalda, con su mano sobre su hombro mientras su otra mano controlaba sus piernas que estaban en su abdomen. El cabello rubio de Aren estaba desordenado sobre su frente con algunos broches rosas uniendo mechones de manera discordante, sus labios estaban pintados en rojo, lo que me hizo preguntarme de dónde había sacado Eidween un labial.

La imagen logró que mi corazón se agitara un por breve segundo, reconociendo que a pesar de todos los problemas, Aren me había ayudado mucho con Eidween. Incluso el día en que nació, Aren...

Caminé dentro de la habitación sin cerrar la puerta y puse una de mis rodillas sobre la cama de ella, una mano a centímetros de su cuerpo y me incliné para besar la cabeza de mi segunda niña, deseando en silencio dulces sueños y disculpándome por mi ausencia.

Cuando me incorporé me encontré con los ojos despiertos de Aren Ostergaard. La seriedad en ellos se sintieron pesados sobre mí, llevándome a retroceder.

Me alejé y me puse de pie de nuevo con mis manos sobre el bastón.

—Buenas noches, majestad.— Dije con un tono bajo, para no despertar a Eiddween.

—Necesitamos hablar.— Él dijo en el mismo tono, incorporándose con movimientos lentos y tomando las manos de Eiddween para alejarlas de él. Lo miré ponerse de pie y después taparla con una sábana sin moverme.— Sobre el asunto del matrimonio.

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora