Viveke Leodac
Estaba segura de que la gala debía estar realizándose en ese momento, pero lo único que podía hacer era ver la ventana mientras giraba la cuchara de un plato de sopa algunas veces de manera distraída entre mis manos y suspirar resignada.
En serio, me preguntaba, ¿Qué era lo qué esperaba de mi Mikhail haciendo esto?
Ya eran las once de la noche, seguramente a estas alturas debería de haber pasado ya el discurso inaugural, tal vez estuvieran sirviendo la cena... Solté la cuchara preguntándome si Roderic al menos había disimulado mi ausencia y si mañana comenzaría a buscarme en forma.
Tomé el plato de la cena y lo puse en la mesita a un costado de la cama para luego acostarme entre las sábanas.
Si Mikhail en verdad estaba decidido a obligarme, habría un momento en el que las palabras ya no funcionarían y si él cumplía con lo que había dicho sobre no liberarme, entonces solo terminaría en una guerra de voluntades en la que tendría todas las de perder.
Me molestaba mi situación, me parecía difícil relacionar al siempre contenido Mikhail llevándome a este punto y aunque lo había visto, solo me hacía sentir más confundida.
Ya conocía las guerras de voluntades y no estaba preparada para otra en la que una de las partes me acorralaba.
El único lado positivo es que Mikhail no me daba miedo, no cómo Kozlov podría llegar a aterrarme cada vez que me miraba con sus ojos azules tan profundos, sabiendo que podrían oscurecerse y prometían llevarme por un sendero de control, dolor y... placer.
Mi cuerpo no reaccionaba a cosas tan sencillas ni normales después de eso, ciertamente hubo un tiempo en el que incluso me compre un consolador, cansada de sueños inoportunos, pero el placer era un chiste, un endeble charco comparado con el tsunami de sensaciones que había experimentado con anterioridad.
De alguna manera, había terminado tan dañada por él que mi definición de placer era sencillamente un punto imposible al que no podría volver a llegar en mi vida. Roderic me aconsejó entrar al mundo del bdsm, pero la simple idea de meterme con un hombre solo porque esperaba que me sometiera, me producía asco.
Y Mikhail... hacía tiempo había abandonado mis ideas románticas sobre él y por eso que las sacara a flote en estos momentos no solo me hacía replantearme mi percepción sobre su cordura, sino que realmente no sabía qué pensar al respecto.
Lo único de lo qué estaba segura era de que tenía que convencerlo de que me liberara.
Escuché que la puerta se abrió y esperé que entrara, pero cuando fueron más de un par de pasos me incorporé de golpe y puse mi atención en la entrada de la habitación.
— Sabía que algo escondía Mikhail Volkov.— El hombre que dijo eso tenía acento oriental y los ojos rasgados, una piel maltratada por el sol casi naranja y a su lado el otro hombre era uno de similares características, pero más robusto y de una mirada mucho más maliciosa. Él segundo no habló, sólo levantó su mano y agitó sus dedos hacía mi en un repulsivo saludo.
Tragué, sabiendo que mi situación acababa de empeorar significativamente.
— ¿Quienes son ustedes? — Pregunté.
— Viejos amigos que esperan poder negociar con tu hombre.— Él charlador dijo acercándose, retrocedí hasta salir de la cama, poniendo mis pies precipitadamente sobre el suelo. La única salida que tenía estaba siendo bloqueada por su compañero.— Si te comportas, no vamos a hacerte daño.
Cuando se abalanzó sobre mí me agaché y salí corriendo al otro extremo de la habitación, pensé en una manera de esquivar al segundo hombre, pero en un lugar tan reducido solo terminé siendo atrapada y jalada hacía atrás por el cabello. Grité, llevando mis manos hacía atrás, sin poder prolongar mi protesta porque sentí un cañón contra mi sien.
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Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)
RomanceLe habían dicho a la reina Ostergaard que la soñaron en una isla en medio de una elección entre un tiburón y un ave, pero, ¡No pensó que sería literal en una isla! Milenka Ahmad había elegido a Erik Ostergaard después de que las cosas salieran muy m...