Eleonor Carswell
Supervivencia.
Una situación en la que Edward Carswell jamás permitiría que me encontrara si pudiera controlarme lo suficiente, pero esa palabra era indispensable para Elisabetta Leone y se aseguraba de llevarlo más allá de toda expectativa.
Abandonarme en mitad de Moscú con sólo lo que llevaba puesto era una de las ideas más tranquilas que le podían ocurrir a esa mujer. Y la misión era llegar a las siete de la mañana al punto de encuentro para poder volver a la seguridad de un techo.
Había comenzado bien, caminando con total confianza por las calles de la ciudad a las diez de la noche, abrazándome del abrigo que llevaba y siendo cautelosa para mis adentros, pensando que lo mejor que podía hacer era llegar caminando hasta el otro punto, pero pronto las cosas se pusieron mal.
Fui seguida apenas llevaba dos horas de camino y después acorralada por un grupo de drogadictos que me hicieron conocer el terror por los hombres. Fue en ese punto que me di cuenta de los privilegios de mi vida y entendí las advertencias de Elisabetta sobre conocer mi propia fuerza.
Afortunadamente, mis nervios no me fallaron y pude escapar apuñalando a dos de ellos y corriendo como si la vida se me fuera en ello y ahora... Sorbí mis mocos a medio congelar y me abracé aún más a mis piernas.
Era mi momento de autocompasión.
La experiencia vivida me sacudió por completo y me hizo sentir diminuta y vulnerable, porqué al final del día no era grande.
Era pequeña, era una débil y estúpida niña que se creyó superior toda su vida solo porque su padre la había criado en una burbuja en la que nadie podía lastimarme, ni responder en mi contra o enfrentarse a mí a excepción de él y mis hermanos.
Por primera vez en mi vida comprendí el significado de lo que significaba convertirme en agente como tanto había presumido que haría y que la responsabilidad de sobrevivir solo recaería en mi. Si decidía seguir adelante con mi vida como estaba ahora, solo podía confiar en mí misma para ser salvada o sentarme y morir.
Pasados los minutos permitidos para llorar y quejarme sobre mis circunstancias tuve el valor de apoyarme sobre la pared y ponerme de pie para continuar moviéndome por el camino que había memorizado en los mapas de la ciudad.
Mis labios estaban congelados y casi podía percibir el sabor de la sangre a través de las grietas que habían formado, casi no sentía los dedos de las manos y los pies. Cada paso me supuso un esfuerzo y aún mantuve en mente mi objetivo.
Evité los problemas el resto de la noche y cuando finalmente llegué al punto de reunión me derrumbé de rodillas sobre el suelo, soltando la tensión sobre mis hombros y dejando que el resto de mis músculos se convirtieran en temblorosa gelatina.
Las lágrimas de alivio hubieran salido si me quedaran, pero todavía tenía algunos mocos sueltos que barrí con el dorso de mi chaqueta. No me importaba si alguién me veía, solo que había logrado mi objetivo, estaba viva e intacta.
Estaba tan concentrada en mi sensación ilusoria de seguridad que tardé varios segundos en caer en cuenta de que no estaba sola y sentía una extraña presión en mi nuca.
Me di la vuelta y me encontré con una figura sentada en la oscuridad, ambas piernas estaban separadas con soltura sobre la silla y sus manos estaban cruzadas juntas con sus codos recargándose en sus rodillas.
No podía ver su cara.
—Felicidades.— Él dijo.— Has pasado la prueba de Elisabetta Leone. —Miré a mi alrededor en busca de un arma, entrando en repentino pánico por no haber reparado en su presencia, pero su voz me interrumpió.— Tranquila, esto no es parte de la prueba, solo has llegado a una casa de seguridad y yo tenía que atender mis heridas aquí, por lo que es un encuentro casual.
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Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)
RomanceLe habían dicho a la reina Ostergaard que la soñaron en una isla en medio de una elección entre un tiburón y un ave, pero, ¡No pensó que sería literal en una isla! Milenka Ahmad había elegido a Erik Ostergaard después de que las cosas salieran muy m...