Especial: No soy tan obediente cómo crees que soy

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Enoch Ostergaard

Cuando llegué al campo de equitación, encontré lo que buscaba bajo el sol, en medio de nubes que no se mostraban inmediatamente dispuestas a crear sombra.

Erik mantenía sus manos sobre las riendas del caballo, llevando un ritmo suave alrededor de los obstáculos, sin presionar al caballo, solo montando por el pasto verde que brillaba después de una reciente lluvia. Los pantalones blancos se pegaban a sus muslos, sus piernas cubiertas por debajo de las rodillas con las botas de montar y el traje superior en azul marino con dos hileras de botones dorados mostraban una de las razones por las que Magnus siempre le tomaba fotos a escondidas a nuestro hermano mayor.

Era solo un año de diferencia entre nuestros nacimientos, pero había un abismo enorme entre Erik y yo.

La palabra realeza era Erik.

Él se detuvo, notando mi presencia y levantó su mano sosteniendo una fusta de cuero negro, saludando. Su cabello largo, sujeto por una trenza y hacía el final con un corto listón de color blanco se movió cuando él lo hizo. Si fuera cualquier otra persona me habría burlado por tan ridículo estilo, pero en mi hermano mayor solo le hacía ver aún más aristocrático que al resto.

Levanté mi mano, correspondiendo su gesto y troté hasta dónde él estaba, apresurado por encontrarlo en uno de sus momentos libres para hablar con él.

— Hermano.— Dije, llegando por un lado mientras Erik desmontaba con agilidad.

Erik sonrió.

— No te había visto al llegar.— Dijo.— ¿Cómo has estado? Nuestra madre me dijo que elegirías finanzas para la universidad. Felicidades.

Sonreí.

— ¿Hice lo correcto? — Le pregunté sintiendo la boca seca, temiendo por su respuesta.

— ¿Lo correcto? — Erik cuestionó con diversión, comenzando a caminar hacía las caballerizas.— ¿No era lo que querías?

— Su majestad quería que estudiara administración militar.— Dije, llevando una mano a mi cuello, sintiéndolo caliente.— Pero no me veo como oficial, hermano.

— Entonces hiciste lo correcto.— Erik asintió.— Puedes elegir lo que te haga feliz y si nuestro padre no quiere apoyarte, sabes que cuentas conmigo.

— Tú...— Me detuve y bajé la cabeza a mis zapatos con lo que sabía era una pregunta difícil de decir.

— Adelante.— La voz de mi hermano sonó un poco más dominante y eso me tranquilizó lo suficiente para verlo a los ojos y preguntar.

— ¿Tú querías entrar en la naval? Erik puso su mano en mi hombro cuando terminé de formular la pregunta y un brillo de diversión inundó sus iris.

— Nuestro padre esperaba que me convirtiera en paracaidista y que entrara en las fuerzas especiales.— Dijo.— Fue rebeldía mía enlistarme en la naval.

—Pensé que...— Por la manera en la que Erik siempre era obligado por él, había creído que él obedecía siempre a todo lo que dijera nuestro padre.

Erik se rió.

— Sé lo que pensaste, Enoch. Pero, no soy tan obediente cómo crees que soy.— Mi hermano mayor dijo, alejándose un paso y colocando las riendas del caballo en mi mano.— Y parece que hoy es buen momento para demostrarlo.

¿Cómo?

Seguí la mirada de Erik y retrocedí de inmediato al reconocer a la figura de nuestro padre acercarse con una expresión de muerte y a largas zancadas directas hacía nosotros. Me estremecí y quise esconderme de inmediato, pero Erik caminó tres pasos hacía el frente con tranquilidad hasta que Klaus Ostergaard llegó al punto en el que él estaba.

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora