Especial: Éramos dos perdedores.

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Viveke Leodac

— ¿La ves? Ahí, ahí y ahí, vas siguiendo los puntos.— Maxim dijo contra mi oído, su acento ruso viajando por mis tímpanos y distrayendome. Su mano se extendía frente a mi visión, apuntando a las estrellas.

Asentí sin realmente poner atención, estando más concentrada en su presencia detrás de mí. Sus piernas rodeandome, su pecho contra mi espalda y que estaba una de sus manos en mi cintura, que en lo que decía.

— ¿Qué ves? — Él preguntó.

— Las estrellas.— Respondí en automático.

— Señalalas, las que te acabo de decir.— Él dijo, probandome. Estiré mi mano, primero con mucha confianza y después mi dedo se guardó en mi palma cuando vi que todo me parecía igual. Terminé haciendo un circulo con mi mano, metiendo todo a un saco imaginario.

—En algún lugar de ahí.— Dije, provocando su risa.

— ¿Me has estado ignorando todo este tiempo, moya printsessa? — Cuestionó, girándome y atrapando entre sus brazos para enfrentarlo.

Negué.

— He escuchado tu voz.— Dije.— Pero no me pidas que recuerde lo que dices si lo haces en mi oído. —Él amplió su sonrisa y me besó. Llevé mis manos a su cuello y me dejé llevar por sus labios controlando los míos. Esta vez eran mucho más tiernos que en las últimas horas, lo que agradecía porque ya estaban maltratados.

Me sentía cómo una masa suave y voluble entre sus brazos. Los últimos días habían sido tan buenos que no podía creer que era el ruso que me había atormentado durante tanto tiempo y a veces me decía a mí misma de que si hubiera sabido que rendirme a él me haría encontrar la paz, entonces lo hubiera hecho desde hacía tiempo.

— Viveke.— Él dijo al separarse.

— ¿Si? — Pregunté.

— Vas a casarte conmigo.— Él dijo.

— ¿No debería ser "te casarías conmigo"? —Cuestioné.

— No.— Él besó mi cuello y mordió con ligereza, apenas presionando mi piel.— No era una pregunta.

Puse mis manos en su cabello y enterré mis dedos entre la suavidad de sus mechones.

— Todavía tengo que divorciarme.— Razoné, aunque era muy difícil pensar, considerando que él estaba bajando sus labios por mi clavícula.— Y no lo haré hasta que Roderic pueda arreglar los últimos problemas en Cantlea.

—Entonces tendrás que encontrar una manera de disimular tu embarazo.— Su voz se ahogó al final cuando mordió mi piel.

¿Mi qué?

¿Acababa de decir lo qué creía que había dicho?

Me separé de él y puse mis ojos en los suyos.

— Tampoco estoy accediendo a tener hijos, Kozlov.— Dije. Recordaba haberme puesto el dispositivo intrauterino para regular mis periodos y todavía no habían pasado los cinco años que... Él sonrió.

Entorné los ojos.

— ¿Qué hiciste, Maxim Kozlov? — Le pregunté volviendo mi tono mucho más duro.

— Ordené que te lo quitaran la noche que te traje.— Dijo llevándome a pensar que hacía dos días me había sacado sangre, según él cómo parte un chequeo general...

— ¡Maxim Kozlov! — Grité poniéndome de pie y mirándolo cómo si lo quisiera matar.— ¿Cómo te atreves?

— ¿Cuál es el problema? — Él preguntó.— Eres mía, moya printsessa. Estarás conmigo hasta que la muerte nos separe, ¿Por qué te molesta la idea de qué tengamos un hijo?

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora