Desperté desorientada y cómo si un camión me hubiera pasado por encima y al verme viva se hubiera regresado varias veces.
Por las cortinas entraba una suave luz de un día despejado, incluso corrían ligeras corrientes de aire que pusieron erectos los vellos en mis brazos. La cabeza me pesaba, mi respiración aunque tranquila, era audible.
Me incorporé sintiendo malestar en la garganta y miré a mi alrededor.
Solo viendo la espalda descubierta y desnuda de Aren Ostergard, el rey de Dimark, roja y con restos de sangre por las heridas que le había hecho con mis uñas comprendí la difícil situación en la que estaba.
Me acosté con él, no una, ni dos, ni tres o cuatro veces, fueron cinco. Cinco en una maldita noche.
Quería morirme.
Me pasé las manos por el rostro varias veces y evité soltar el gemido de desesperación que trataba de salir en mi garganta.
Mis ojos se fueron un poco más abajo, hacía el perfectamente bien formado trasero de Aren, era puro músculo enfundado en una capa de piel blanca que ahora también tenía heridas de mis uñas ahí.
Sentí que las mejillas se me calentaban y luego la sangre me golpeaba en los oídos.
Necesitaba salir de aquí.
Me deslicé con mucho cuidado de no moverlo o respirar cerca muy fuerte hasta llegar fuera de la cama, luego recogí mis bragas y mi falda, colocandomelas. Me giré buscando mi sujetador y mi blusa, pero cuando recordé dónde estaban me pegué a la pared con mucha verguenza y realmente quise darme de a golpes por idiota, pero eso haría ruido.
Me incliné y tomé el saco de equitación de Aren y me lo puse encima. Me quedaba grande, pero era lo único que tenía y mis zapatos... mis zapatos... ¿Dónde estaban? No los encontré y con mucho pesar y creciente miedo a que él se despertara, me fui sobre las puntas de mis pies hasta la puerta, la abrí y salí rápidamente.
Todo estaba lleno de lodo y me resbalé un par de veces, pero no caí en la tierra mojada. El olor a petricor me calmaba un poco, pero el viento gélido lastimaba todavía más mi garganta cuando respiré por la boca al cansarme a la mitad del camino en mi apresurado paso para volver al palacio.
No era idiota, así que me fui por la puerta trasera y luego me metí por una de las entradas que casi no usaban las de servicio para escabullirme dentro. Iba dejando lodo por dónde pisaba, pero no me preocuparía por eso si lo único que quería era llegar desesperadamente a mi habitación para bañarme y pretender que lo ocurrido nunca pasó.
Asomé mi cabeza cuando llegué a las escaleras principales y cuando no vi a nadie comencé a correrlas sujetándome del barandal haciendo diversas muecas y con un cojeo aumentado por la falta de mi bastón y el esfuerzo produciendo dolor en mis piernas. Doblé por el pasillo hacía mi habitación, pero no esperaba chocar con alguien.
Me tambaleé hacía atrás y la otra persona tiró lo que llevaba en sus manos, el libro cayó con un golpe seco en el suelo y luego Signe Kristersen se agachó para recogerlo de inmediato. Al subir, su rostro se llenó de sorpresa y volvió a bajar la cabeza, pero para inclinarse.
— Lo siento, majestad.— Se disculpó.— No puse atención a mi camino.
No sabía qué decir.
La situación ya me estaba comprometiendo y además no había manera de excusar mi apariencia sin parecer más sospechosa, sobre todo por el abrigo que llevaba que era de hombre y el escudo que solo podía llevar el rey.
Si pudiera, lloraría.
Y cómo la suerte nunca estaba de mi lado, escuché risas de más damas que venían subiendo las escaleras. Todavía no era visible para ellas, pero no tardaría en ser descubierta semidesnuda, llevando ropa de Aren encima. El escándalo que se armaría no sería poco.
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Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)
RomanceLe habían dicho a la reina Ostergaard que la soñaron en una isla en medio de una elección entre un tiburón y un ave, pero, ¡No pensó que sería literal en una isla! Milenka Ahmad había elegido a Erik Ostergaard después de que las cosas salieran muy m...