Especial: Te amo, mi escurridiza mujer.

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Eleanor Carswell

Olía a tortitas.

Me incorporé debajo de las cobijas y las jalé hacía abajo, descubriendo mi cabeza hacía la luz de la habitación, entrecerré los ojos y me adapté echando un rápido vistazo a mi alrededor para confirmar que estaba sola.

El reloj de la mesita a un costado de la cama señalaba que eran las ocho en punto de la mañana. Bostecé y me arrastré fuera de la cama, colgando mis piernas sobre el tapete afelpado de color azul metálico dónde estaban mis pantunflas de castor. Me las puse con un puchero porque no podía robar la de rinoceronte y me puse de pie dirigiendome como zombie al cuarto de baño, dónde estaba un vaso con tres cepillos de dientes, uno rosa, uno verde y un azul juntos, tomé el verde y lo escondí entre las toallas para luego tomar el rosa con una sonrisa traviesa, colocando pasta y comenzando a cepillar mis dientes con más energía que la que había tenido al despertar.

El olor fue aumentando con el paso de los minutos que tardé en arreglar mi cabello y lavar mi rostro. Me vi frente al espejo brevemente y sonreí satisfecha ante mi rostro liso, limpio de imperfecciones por la mañana y el brillo en mis ojos que delataba lo satisfecha que estaba con mi vida. Me guiñé un ojo a mi misma y salí de la habitación, bajando las escaleras sujetándome del barandal de madera y me dirigí hasta la cocina, de dónde provenía el aroma, pero me detuve antes de entrar, espiandolos un poco antes.

Alvize Diavolo estaba en la barra de la cocina con su puño sobre su barbilla, moviendo sus dedos por el mouse de su portátil con una expresión aburrida. La luz de la ventana entraba de manera natural, aclarando el tono oscuro de su cabello y rozando parte de las encimeras de caoba en la cocina, los colores de las cortinas eran cálidos y le daban una sensación más acogedora al estilo rústico de la habitación. Las había comprado la semana pasada y le había pedido a Alvize que las cambiara, aprovechándome de su altura.

— Me encontré con el general Zhao.— Dijo Alvize a su hermano.— Me comentó que planeaba asistir a la reunión de gala política, que sería agradable vernos ahí.

— ¿Si? — Dante preguntó con un tono aburrido. Él estaba de cara frente a la estufa con un mandil negro cubriendo su ropa mientras estaba haciendo el desayuno. Parecía que saldría temprano de nuevo.— ¿Estuvo dispuesto a soltar más información sobre Wu Cheng o volvió a fingir demencia?

— Fingió demencia.— Alvize respondió.— Me pregunto cómo será la reunión de Aren y Hu Zeming. Parece que será la primera vez que se verán cara a cara después de cuatro años.— Sonrió.— Será divertido.

—¿Lo será? — Dante pasó otra tortita lista a un plato y luego echó otra al sartén.— Me pregunto cómo se comportará Dimark con dos frentes abiertos. ¿Mirabella se ha puesto en contacto contigo? Tiene setenta y dos horas de ausentismo.— Mirabella era la hermana menor de los gemelos, una sicaria que mantenía sus lealtades a los Leone en Italia. Nunca la había conocido, pero parecía tener las habilidades suficientes para que sus hermanos no se preocuparan mucho por ella.

— Uno de sus hombres me dijo que estaba en medio de algo importante.— Respondió Alvize.— Parece estar siguiendo un rastro en Cantlea. —Entré a la cocina cuando vi que Alvize comenzaba a girarse hacía mi dirección y caminé directo hacía Dante, rodeándolo desde la espalda por la cintura y mordiendo su omóplato con coquetería.

— Eso no es justo.— Escuché a Alvize detrás.— Siempre lo saludas primero.

Me reí, retrocediendo y soltando al mayor de los hermanos cuando este se dio la vuelta y se inclinó para besarme, tomándome por la cintura para pegarme a su cuerpo. Puse mis manos sobre sus antebrazos respondiendo con gusto el beso y luego me vi interrumpida cuando otras dos manos me jalaron hacía atrás y me aprisionaron alejándome de Dante.

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora