Capítulo 12: Asesinarte sería aburrido, Milenka Ahmad.

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El sonido se atoraba en mi garganta y su orden era la causante de ello.

"Silencio".

Esa era una palabra que odiaba cuando la mujer del rey la decía, cuando mis hermanastros la decían, cuando mi padre lo decía, pero cuando él la susurró a mi oído con voz baja y firme como solo podía hacerlo él, mi cuerpo tembló y luego mis labios se cerraron.

Todos mis miedos, todos mis temores, todo lo que creía sobre la seguridad y mi sentido de autopreservación se hizo pedazos con una palabra suya y su mano sosteniendo mis muñecas por encima de mi cabeza.

Podía sentir el rubor natural de mi cuerpo, la temperatura elevada y mi respiración entrecortada en frente suyo. No podía verlo, no podía saber si mis reacciones le eran satisfactorias y eso agregaba un sentimiento de anticipada ansiedad.

Miedo.

Placer.

Control.

Todo se mezclaba en mi cabeza y me llevaba por un túnel de sumersión hacía la confusión y la rendición.

— Hoy es un día especial, Andras.— Él susurró contra mi oído.— ¿Sabes por qué?

Negué.

Habían pasado seis meses desde que me había convertido en su sumisa y él todavía no me había tocado, ni una sola vez. Había suplicado el número suficiente de veces por un poco más de él, pero siempre terminaba en su retroceso, en su orden de mantenerme en espera, de ser obediente y quedarme quieta.

Mi paciencia se había roto y reconstruido varias veces en ese tiempo. Así como mi dependencia y necesidad se extendía con el pasar de los días. Comenzaba a creer que me había enamorado de un hombre a quién no podía verle el rostro, ni tocar, ni tener.

— Por que hoy...— Dejé de respirar. Su mano, su piel, su calor, sus dedos, su presión, de pronto todo eso estaba sobre mi barbilla. Respiré un ligero olor a petricor proviniendo de él, de su toque desnudo sobre mi.— Hoy voy a tomarte. ¿Estás bien con eso?

—Si, mi señor.— Respondí sin dudarlo. Las lágrimas de felicidad se acumularon en mis ojos, pero el poco líquido que salía hacía mis pestañas fue absorbido por la tela. Si me volvía suya, si él... su mano sobre mi barbilla comenzó a deslizarse hacía abajo, por mi cuello, mi clavícula, deslizándose como el toque de una serpiente bajando, pasando por mis montículos y luego yendo por el canal de mis pechos, más abajo, hasta dónde pendía la delgada cadena, deteniéndose ahí y causando un cambio en la presión de las pinzas sobre mis pechos. Separé los labios por el repentino estímulo que llegó a mis pezones.

Entonces él jaló con más fuerza la delgada cadena hacía abajo.

Jadeé, inclinándome hacía él cuando el dolor se disparó en mis pezones y justo después el placer, aumentando la humedad entre mis piernas, abiertas y con las rodillas sobre el suelo para él.

—Sh sh sh.— Dijo contra mí.— Silencio, Andras.

Me mordí los labios.

Su mano siguió su camino hacía mi pubis, pasando por mi monte de venus. Luego, se detuvo por encima de mis labios y la delgada tela de mi ropa interior. Sus dedos hicieron presión contra mi clítoris, rozandolo y estimulandolo, causandome placer y luego suspendiendolo, llevando su toque a mi hendidura.

— ¿Me quieres aquí, Andras? — Él preguntó.— ¿Dentro de ti?

Asentí.

— ¿Tomaste los anticonceptivos?

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora