Emil Carswell
— Estoy preparando regalos para después de mi muerte.— Erik dijo, caminando entre las estanterías de mi biblioteca con las manos hacía atrás, paseando sus ojos por los títulos sin interesarse por ninguno.— Pero no tengo muchas ideas sobre qué debería regalarle a mi abuela.
Sonreí con cierta diversión. Era muy considerado de su parte.
— ¿Qué puedes darle a una anciana que no tenga ya? — Pregunté.— No te molestes, il mio ragazzo intelligente. Con recibir tu presencia el día de hoy, haces que me sienta afortunada.
— La respeto mucho, Elisabetta Guilani.— El dijo con mi apellido de soltera y se acercó para poner una de sus rodillas en el suelo, tomando mi mano.— Sin su ayuda y su protección no hubiera llegado tan lejos.
Solo le di las herramientas y los contactos que necesitaba. Él hizo el resto.
Estiré mi mano libre y tomé su barbilla, inclinando sus ojos hacía mí, sus bonitos ojos verdes que no se parecían en nada a su padre y su rostro que era más bien parecido a los retratos de su bisabuelo a su edad.
Aksel Ostergaard había sido un gran hombre. Había pensado que sería bueno que Klaus heredara al menos una cuarta parte de lo que había en sus venas, pero él único que lo había hecho a la perfección había sido su hijo.
Hice todo lo posible por ayudar y apoyar a Erik en cualquier solicitud que pidiera, en aconsejarlo cuando buscaba consejo y en ser parte de su respaldo. Sabía que no era suficiente, pero fue todo lo que me dejó hacer por él.
Nunca fui del tipo de madre presente, que siempre estaba al alcance para ellos o que me deshacía en palabras de amor cada que los veía, pero siempre me aseguré de saber cada cosa sobre mis hijos, de empujarlos desde las sombras, de ayudarlos cuando lo necesitaran y de llevar sus vidas hacía el mejor resultado.
Los amaba, a todos ellos al punto en que daría mi vida y mataría por ellos. Pero con mis nietos la historia era diferente, los tenía presentes en su mayoría, pero solo unos cuantos de ellos entraban dentro de mis prioridades.
— Ser de ayuda fue mi regalo para ti, Erik.— Dije. La edad me había ablandado, porque sabía que lo estaba viendo con cariño empañado de tristeza.
— Encontraré algo.— Él dijo.— Algo que nadie más pueda darte, abuela.— Besó mi mano.— Será mi regalo de despedida y agradecimiento.
— ¿No tendrías que saber mis secretos para eso, ragazzo? — Pregunté.— ¿Vas a escarbar en la vida de está mujer cansada?
— Puedo.— Él sonrió con arrogancia.— Estoy seguro de ello.
Me reí.
— Picolo diavolo.— Pellizqué su mejilla.
Me dolería mucho su muerte.
***
El arma no estaba cargada.
Ajusté el abrigo alrededor de mis hombros y mantuve mi mirada sobre la luna que iba a medias en su ciclo. Los jardínes por la noche eran más ruidosos con el constante sonar de los insectos que se desplazaban por la vegetación, pero eso al mismo tiempo lo hacía más tranquilo.
Levanté la taza de té negro y la llevé a mis labios pasando mi atención a una zona más terrenal, hacía los crisantemos blancos que se movían ligeramente por los vientos.
No podría decir que estaba sorprendida por las palabras de Viveke, aunque sí un poco triste por el proceder que había tomado Maxim y por ello le había dado a mi nieta las únicas dos opciones que le harían llegar a una resolución de su estado mental.
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Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)
RomanceLe habían dicho a la reina Ostergaard que la soñaron en una isla en medio de una elección entre un tiburón y un ave, pero, ¡No pensó que sería literal en una isla! Milenka Ahmad había elegido a Erik Ostergaard después de que las cosas salieran muy m...